Los millones de turistas que visitan el Museo Guggenheim -casi 1,2 millones en 2019, según el balance publicado por este periódico- se encuentran con la “bella” estampa de un aparcamiento. La trasera del icono mundial de Bilbao-Bizkaia, uno de los rincones más bonitos y enigmáticos del museo por sus plateadas curvaturas, ofrece al visitante un complemento artístico curioso: un parking con sus líneas bien pintadas, su valla automática, su lector de tarjetas? La estampa cobra otra perspectiva si se ve desde la balconada que dispone el propio museo en una de sus plantas. Se me ocurren muchas formas de dar otro destino a esta esquina del Guggenheim, pero parece ser que a los gestores del museo les interesa más llegar a su puesto de trabajo en coche que ceder este espacio al disfrute de la ciudadanía. No me imagino otro icono cultural (Torre Eiffel, Louvre, Coliseo romano, la Estatua de la Libertad?) roto por la “estética” de una infraestructura creada para que los empleados del Guggenheim aparquen a escasos metros de sus puestos de trabajo. Alguien les tendría que llamar la atención e instarles a que usen el transporte público (por cierto, uno de los mejores del mundo) para dar sentido a lo que en su día diseñó Frank Gerhy, que seguramente no pensaría en dar cobijo gratuito a chatarra móvil. Dirán que el aparcamiento es vital para la gestión, pero el otro día de madrugada, con el museo cerrado, conté hasta 15 coches.