Fueron 43 años viviendo en una calle de Basauri, desde que nací, cuando se llamaba Víctor Pradera, hasta 2004, cuando ya se conocía desde hacía muchos años como Larrazabal. Me acuerdo de la huerta de Fernanda, de la barbería de Patxi, del bar de Isabel la coja (el actual Gure Etxea, que regenta Paz, una luchadora y excelente cocinera), de las tabernas ya desaparecidas Junquera y La Txarrikorta, de la quincalla de Bego, de la tienda de Cruz...

Aunque nunca tuve mucho arraigo, ni hice mucha vida en ella, ya que la utilice desde mi adolescencia como una calle dormitorio, siempre he sentido mucho que tuviera mala fama por la presencia tóxica de una minoría residual de vecinos, que hacía que pareciera que fuese a caer en la marginalidad. Por eso es digno de reconocer reseñar y hacer público que gente con dignidad y valiente de la asociación de vecinos de Larrazabal estén haciendo que se empiece a remontar esa situación. Un reflejo de este nuevo tiempo, es el pintado de un mural en una alargada pared de esta pequeña calle de Basauri, a la que ahora parece volver la vida, por la constancia y el no desfallecimiento de esa maravillosa gente corriente.