El duro final de la vida y el reciente fallecimiento de Maribel Tellaetxe, como el caso de hace unos pocos años del tetrapléjico Ramón Sampedro, han enfrentado a nuestra sociedad al problema del derecho a una vida digna y a una muerte igualmente digna. Tradicionalmente la hipocresía social, ante la que se inclinan las autoridades y no digamos la hipocresía religiosa, han rehuido hasta la discusión de esos derechos. Hoy la sociedad ha hablado alto y las autoridades que dependen de sus votos la han escuchado, pero la religión sigue igual, olvidando que una de las mayores místicas que en el mundo han sido, la gran Santa Teresa de Jesús, anhelaba la muerte en estos versos inolvidables. Vivo sin vivir en mí -y tan alta vida espero- que muero porque no muero. Pero Santa Teresa tenía fe.