El mediático cocinero Jordi Cruz abrió la caja de Pandora cuando aseguró que sin la presencia de becarios que no cobran, sus locales serían inviables. Rápidamente se le echaron al cuello todos los defensores de los derechos de los trabajadores, rasgándose las vestiduras y asegurando que eso era explotación. No seré yo quien justifique el trabajo no pagado de esos aprendices de cocineros en los templos de la gastronomía junto a los popes de la cocina mundial. Es una fase de aprendizaje que los aspirantes pasan gustosos, como ocurre en otras muchas profesiones. Medios de comunicación han utilizado sus másteres, que valen una pasta, para reclutar después personal que hacía el trabajo gratis durante la época estival. Ingenierías de renombrado prestigio emplean con costes mínimos a licenciados recién salidos de la Universidad que participan en los proyectos de la firma. Y así en multitud de profesiones. Profesores, puericultores, farmacéuticos... Todos pagan un peaje en sus primeros años como mano de obra en el trabajo. Y ninguno reniega de su condición. Buscan experiencia y la mejor academia para conseguirla. Nadie cobra por aprender.
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