Al teatro
El teatro es el gran río de la vida. Rápido, lento, parado, subterráneo, en cascada, en riachuelo o caudaloso, desbordado o placentero. La vida. Cuando caminas por las calles o te sientas en un banco de la plaza, ves a gente que va de aquí para allá. Bajó cada una de las personas camina un río subterráneo cristalino, rojo, negro o embarrado, fresco, tenue o templado. Probablemente ni el propietario de esa corriente sepa cómo es, pero existe. El teatro detecta los desiertos del amor, el esplendor de la risa, el crotaleo de los dientes, el tufo de la sangre seca y la virilidad reprimida. El teatro explica las corrientes internas de la malicia taciturna, la conquista de la derrota en el muladar de la gloria, el frío interior que raya los huesos de las mujeres repartidas, la costra del desdén de quien se está pudriendo por dentro. El teatro demuestra la costumbre de no querer lo suficiente, aunque no se pueda vivir sin él o ella. El teatro te enseña a veces que el mejor amigo es el que acaba de morir. El teatro te lleva de golpe a un viaje a la ternura y el escalofrío. El teatro te lleva a no poder soportar el sabor a mierda que deja en la boca la guerra. El teatro te muestra que la mayoría se dan el gusto de morir de muerte natural y que dormirse para siempre es tan natural como nacer de mujer. El teatro te enseña que pueden llover flores amarillas o rojas a gusto del sueño de cada uno. El teatro te enseña a clavar la reja en el corazón de cualquiera que te ame. El teatro es la vida y la vida es un teatro.