Hace ya muchos años, que Simplicius había dejado de creer en la existencia del demonio. Le parecía un ser absurdo. Un instrumento inventado por el terrorismo religioso-político para controlar, manejar y manipular conciencias y libertades. Hoy Simplicius ya no se siente tan seguro de esa inexistencia. La maldad intrínseca, la perversidad, de las últimas y casi diarias barbaridades cometidas por seres humanos sobre sus semejantes más inocentes e indefensos, no acaba de entenderlas Simplicius, sin pensar que son promovidas por algo de maldad suprema, superior al ser humano y que es todo lo contrario de Dios. ¿Cómo se pueden entender de otra forma, la atrocidad de esos crímenes contra niños y mujeres, la crueldad del acoso de unos niños a otros hasta llevarlos al suicidio, los degüellos talibanes, los atentados indiscriminados, la pederastia ejercida por personas de la máxima respetabilidad, la corrupción de los más obligados a ser honrados, las explotaciones de las organizaciones mafiosas, las guerras? Simplicius no puede dejar de mencionar como especialmente diabólico el crimen de Gasteiz en una niña de 17 meses sexualmente abusada y tirada por la ventana. ¿Cómo se puede entender tal desprecio por la vida, el bien supremo del ser humano?