La convocatoria de la consulta del 9-N es una situación conflictiva que previsiblemente tendrá consecuencias poco deseables para todos. No es mi intención aquí analizar responsabilidades y culpas sino expresar mi inquietud por el silencio de las instituciones europeas ante un problema que acabará por implicarlas cuando todo tenga ya una solución más difícil. Una intervención de Europa para buscar acuerdos y facilitar la comunicación entre los dos bloques enfrentados podría haber sido, y tal vez aún haya tiempo, la adecuada instancia para evitar un indeseado choque de trenes. Y no es válida la justificación en que se escudan para su pasividad de que es un conflicto interno. ¿O acaso tanto Catalunya como el Estado Español no son parte integrante de esa Europa y de sus instituciones? Ojalá esa pasividad que denunciamos solo fuera una falsa impresión de quienes desconocemos posibles discretos contactos en la sombra, pero me temo que ese silencio no es, una vez más, sino efecto de la habitual debilidad y falta de decisión de unas instituciones, sometidas a todo tipo de presiones e intereses. Pero aún habría tiempo para una reacción decidida que aportara serenidad al conflicto desde los valores democráticos que todos deseamos sean su razón de ser.