Nadar y no morir en la orilla
No hay más que verlos. Dicen una cosa y representan otra. La fealdad y la riqueza no se pueden ocultar, y así es como los vemos. Candidatos acomodados, personas carentes de angustias, desconocedores de penurias que suponen carecer de trabajo para sostener una familia, y a la vez ser poseedores de mil y unas obligaciones de estricto cumplimiento. Hipoteca, luz, gas, teléfono, sin olvidar los emolumentos que todos y cada uno de ellos cobran por tratar de convencernos de que todos sus esfuerzos son por y para nuestra felicidad.
Y así entre baño de multitudes, halagos y aplausos, más un largo etcétera. Solamente interrumpidos por suculentos desayunos de trabajo. Los demás, es decir, la masa social o la ciudadanía como familiarmente nos llaman. Nadamos y nadamos en este mar de miseria en el que nos han sumergido dilucidando quién de ellos será capaz de mojarse sin que le importe manchar su lustroso traje de campaña para no dejarnos morir en la orilla.