Toda persona es libre de intentar curarse como mejor le parezca. Pero cuando se trata de alguien instruido y con medios económicos, y utiliza métodos no probados habiendo otros eficaces, también las demás personas somos libres y tenemos bases mucho más razonables para dudar de su criterio. Y esto resulta especialmente preocupante cuando esa persona ejecuta dicha acción curativa en público y se trata de alguien prestigioso por otros motivos, cuyo ejemplo puede arrastrar a muchos.
El hecho es que hemos comprobado con consternación la amplísima difusión que han tenido el reciente uso por parte de miembros de la Casa Real de pulseras energizantes y parches mágicos de titanio, amuletos cuya eficacia no es otra que la puramente psicológica, el llamado efecto placebo. Aunque, al menos, esperamos, que en estas ocasiones no hayan recibido por usarlos unos costosos regalos, como un yate Fortuna, por practicar un hábito insano que es el que a más personas mata en España.