Me acabo de levantar. Ahora, lo suyo sería tomarme un café con leche y un pincho de tortilla, y finalizar el comienzo de la mañana fumando un cigarro mientras ojeo el periódico. Sólo hay un problema, es mi tercer día sin fumar. Decidí dejarlo por una sencilla razón, es caro, cada vez se puede fumar en menos sitios y, encima, es malo para la salud. Seguro que estas tres causas las comparte cualquier fumador con tentaciones para dejarlo. Al final conviene pensar una cosa: ¿somos nosotros los amos de nuestro cuerpo o hay un Pepito Grillo financiado por las tabacaleras que habita en un lugar recóndito de nuestro cerebro que dice: fúmate uno solo, no pasada nada? ¿Dejarlo? ¿Para qué? Mi abuelo fumó hasta los noventa y mira, o la tía María Eugenia no fumó en su vida y mira.

Yo personalmente he decidido encerrar en una jaula aún más profunda a Pepito Grillo y pensar solo. Yo lo quiero dejar, y ya está. Gran parte de la necesidad, a veces, es simplemente creada por la costumbre o la necesidad de tener algo entre los dedos.

Espero que de una forma u otra ayude a la gente a deshacerse de un vicio que aunque como vicio tiene sus cosas, te mata y encima pagas por ello.