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Biribilketa

Uniformes campechanos

Vuelta la burra al trigo del modelo policial. Que no digo que no queramos todos una policía de proximidad, que nos aporte seguridad y además nos salude cuando vamos a comprar el pan. La Arcadia feliz, bucólica si me apuran pastoril, en la que la seguridad comunitaria no está en manos de uniformados armados sino de vecinos integrados en la vida comunitaria, aupados por la implicación popular en la convivencia. Enfrente, los policías intimidadores, represores y controladores del libre desempeño ciudadano de sus derechos, estrutadores de lo que uno piensa y de una mirada a destiempo que pueda ocultar un delito por el que sacar a pasear las esposas.

Como el debate sobre el modelo policial permanece en el ámbito de la teoría y el relato ajeno a la gestión de la realidad, persiste este discurso maniqueo que, ni responde a lo que es la seguridad en Euskadi ni a lo que, objetivamente, puede llegar a ser. Ojalá bastara con sustituir los vigentes modelos de formación y organización por no sé qué arcanos míticos que permitan que los procesos de selección de los pastores de nuestra tranquilidad nutrieran sus filas de Colombos y señoritas Marple y no de Steven Segals. Un cuerpo policial es, por definición, el gestor del monopolio de la fuerza que le hemos dado al Estado. Y no es el promotor principal de las situaciones que desembocan en su ejercicio, ni podemos pretender que nuestra seguridad resida en su capacidad para convencer a todo el mundo de la futilidad de la violencia y el delito. Dicho esto, me parece ideal que los ayuntamientos nutran las filas de su policía local de personas implicadas en la sociedad que tienen que proteger. Y si, además, evitan delitos, sirven a las personas y detienen a quienes las amenazan, miel sobre hojuelas. Pero que los formen con garantías, que hay mucho monitor campechano. Y algunos hasta desokupan.