Hacer frases redondas es patrimonio de unos pocos y vocación de todos los impostores que pretendemos que nuestras filias y fobias trasciendan el consumo personal para ofrecer a los de alrededor algo en qué pensar. Con la esperanza de que acaben pensando algo parecido a lo que nos tiene convencidos en primera persona, por supuesto.

Al multimillonario Jared Isaacman le salió una sentencia de usar y tirar al disfrutar de su primer paseo espacial privado. “Desde aquí parece un mundo perfecto”, dijo al mirar al planeta Tierra desde el exterior de la ‘Space X’, la nave turística de Elon Musk. Que no digo yo que la esfera achatada por los polos no tenga un diseño digno de ser visto en directo desde fuera, pero la perfección, como la procesión, va por dentro y todo lo que rodea a estas “misiones espaciales” parece de momento carcasa.

El mundo de Isaacman es tan perfecto que le permite pagarse un viaje al espacio. En su experiencia anterior –sí, el magnate es reincidente y se presenta como astronauta– los tres días en el primer vuelo espacial tripulado privado le costaron unos 200 millones de dólares. Toma resort. Para ver la perfección del mundo se ve que solo hace falta tomar distancia y cantidades ingentes de dinero para pagarte el viaje. Para convencernos de que esa perfección es mejor que encarar e invertir en resolver las miserias que se quedan debajo –o encima, según el momento de la órbita– ya está el propio Elon Musk, que además de cobrarle el viaje, utiliza su red social X para legitimar los intereses de su clase a base de bulos disfrazados de libertad de expresión. Un mundo feliz también describía Aldous Huxley en su novela. Pero, perfecto, perfecto no era, con los individuos prediseñados para un desempeño concreto –desde la clase alfa de líderes a la épsilon de la carne de cañón–. El de Isaacson y Musk no apunta mejor.