AHORA que ya estáis aquí todas y todos, deberíais exprimir todos los momentos para los abrazos que antes no llegaban a tantos kilómetros de distancia. Deberías aspirar los aromas de vuestra gente, absorber el tacto de sus manos y bañaros en sus miradas. Construir emociones sin atarlas a la convicción; solo dejarse llevar por el placer de sentir y abandonar la búsqueda de justificación a errores pasados.

Ahora que ya estáis aquí podríais recordar a las amigas, familias y compañeros que no han llegado hasta hoy. Encarar el dolor de la pérdida y el del abandono para salir del bucle de la ira. Os ayudaría mucho que vuestro yo tomara las riendas de vuestras emociones para que vuestro nosotros no diluya las responsabilidades individuales que vuestro libre albedrío conlleva. Será incómodo acarrear las consecuencias de las decisiones pasadas y tendréis que echarle un coraje sin rabia, que es la única forma de no poner corrales a la empatía, de no privatizarla en los propios para que alcance a los ajenos.

Ahora que estáis aquí no tenéis por qué renunciar a la verdad de lo sufrido ni privar a otros de la verdad del sufrimiento que podríais haber evitado. Podemos compartir la humildad de habernos equivocado y el arrojo de admitirlo. Construir un espacio de dignidad compartida con quienes la tuvieron negada, arrebatada por la injusticia de una violencia multidireccional frente a la que las vísceras sociales solo pueden sanar de dentro hacia afuera, empezando por admitir y repudiar la que cada uno habéis o hayamos practicado en cualquiera de sus formas. Y os va tocar tragar sapos y sentir muchos dedos señalándolos como otros sintieron los vuestros apuntándoles. Pero, ya que estáis aquí, deberíamos vivir juntos. Aunque vivir sea algo que muchos no habéis experimentado y que también habéis negado a otros; y juntos requiera una vecindad con memoria y verdad pero sin enemigos.