Si la carrera de Ciencias Políticas está pegada a la actualidad es de esperar que a los alumnos les enfrenten de forma habitual a los debates del Congreso, sobre todo a las sesiones de Control al Gobierno, como la de ayer, que siempre se les van de las manos a sus señorías. En realidad, bien visto, habría que definir esa cita parlamentaria como la madre de todos los charcos, el momento en el que toca extender el barro que alimenta los votos de la derecha y eriza la sensibilidad de los que apoyan a la izquierda. Que España se ha convertido en un corral que intenta imitar la estrategia de choque de los populismos es una certeza, la inquietud por los efectos que tendrá en la salud política del país es un problema difícil de resolver. Hay que perder la esperanza: esto no tiene solución. Bronca tras bronca las torres más altas del gráfico de la proyección de voto buscan el enfrentamiento, la destrucción, sin dar la más mínima importancia al terreno de juego en el que vivirán los ciudadanos cuando ellos, los políticos, hayan pulsado el botón de eyección –rumbo a un destino más jugoso– o les hayan dado la patada para que pase el o la siguiente. Tomando como referencia la definición de ciencia –Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente– ese concepto no cuadra con la soporífera y negativa deriva por la que avanza la política en España y chirría con algo tan básico y proscrito como buscar el bien común.