Según dónde, lo llaman la quemada, balón prisionero o, como en mi barrio, campo quemado. Se trataba de lanzarse una pelota –o varias– entre dos equipos para ir eliminando a los rivales a pelotazos. En la política española se acumulan los ejemplos. De pelotazos económicos, de quemados y de lanzarse la pelota para eliminar al rival. Como en el juego infantil, la clave está en esquivar los lanzamientos ajenos y acertar con los propios. No hay caso. Porque, cuando la política se llena de bolas que ruedan en distintas direcciones aunque no le peguen a nadie, es impracticable y los quemados somos la ciudadanía.