Cada semana Trump eleva el despropósito y agranda su embate contra la democracia. Fíjese que en la frase anterior hay dos partes: el evento (el disparate) y su finalidad (el cambio del sistema).

Con los personajes extremos nos quedamos como hipnotizados mirando el espectáculo. Pero no deberíamos limitarnos al asombro, ni terminar concluyendo qué ignorante, qué miserable, qué mentiroso o qué grotesco es Trump. Deberíamos tratar de entender las razones del absurdo y el mecanismo de esa forma de hacer política.

El miércoles Trump se reunió con el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, en el Despacho Oval. Jugando en casa y rodeado de medios amigos la reunión diplomática se convierte en un espectáculo de televisión, como esos programas de cotilleos en que un grupo de chismosos gritones se quitan groseramente la palabra para discutir los trapos sucios, reales o inventados, de algún famosete. Trump acusó a su invitado de sostener una política de violencia racista y genocida contra la minoría blanca. Para demostrarlo empleó un reportaje impreso bajado de un blog y un vídeo con imágenes de violencia que él mismo iba explicando: “todos estos son agricultores blancos que están siendo enterrados”. Al día siguiente la agencia Reuters denunció que las imágenes, grabadas por sus periodistas, correspondían a un combate entre guerrilla y ejército en la República Democrática del Congo.

Evento es que Trump confunda la RD del Congo con Sudáfrica o que invente que en el interior de las bolsas mortuorias había granjeros blancos. Evento es que Trump te invite a su casa para humillarte en público. Lo que no es anécdota sino categoría es que Trump prescinda de los informes de su Departamento de Estado o de sus agencias y servicios de inteligencia para informase. Esas fuentes no le interesan porque aportan una información diferente a la que desea creer. La nueva política necesita una realidad inventada, que desafía el conocimiento experto y renuncia a la información trabajada por quien sabe de cada cosa.

El blog del que Trump tomó la información no responsabiliza de la veracidad de su información, no cuenta con periodistas profesionales, sino que sube contenido que, según ellos mismos afirman con orgullo, “proviene de colaboradores voluntarios de campos más allá del periodismo que escriben para el público general”. Lo que se vivió en el Despacho Oval fue la ceremonia de celebración del fin del periodismo con profesionales que pueden discernir y el triunfo de las cámaras de eco donde cada grupo se repite las mentiras que quiere escuchar y creer. El blog se defiende: ha sido un “error pequeño” que los medios convencionales utilizan para “distraer la atención sobre la verdad en Sudáfrica”. Es decir que, atento a la frase aparentemente sin sentido, el develamiento de la mentira confirma la verdad de la mentira. Trump no ha reaccionado a una minucia tal como emplear información falsa. Se trataba de humillar a su invitado y de confundir a la población y ambos objetivos están conseguidos.

Esta semana Trump ha elevado su batalla contra Harvard. Además de amenazar a los estudiantes extranjeros, ha eliminado la financiación a casi mil investigaciones. El mayor recorte viene del Departamento de Salud, liderado por un antivacunas. Otro que prefiere la información originada “más allá” del conocimiento. La universidad de Harvard ha recurrido estas decisiones ante el poder judicial. Cuando la justicia reacciona recibe los insultos de Trump, que prefiere la justicia verdadera que se da “más allá” de los tribunales.

Si nos quedamos en la anécdota vemos un listado de despropósitos, pero si atendemos percibimos una lógica. Los enemigos son la prensa profesional e independiente, las universidades prestigiosas y los jueces. La libertad de prensa, la libertad académica y el Estado de derecho son tres de los baluartes de la democracia viejuna, elitista, representativa, liberal y formal con la que Trump necesita acabar para alcanzar, “más allá”, la democracia verdadera, directa, inmediata y popular.