Una negociación, del tipo que sea, es tanto más complicada cuanto más cuesta poner a las partes a compartir hacia qué dirección avanzar. Exige a todos mirar desde la perspectiva del otro para entender su argumento y extrapolar de la suma de todos un punto de destino. Cuando eso se produce, se llama consenso. No ayuda la obsesión de valorarse más como ganador del pulso que como partícipe del acuerdo. En la educación publica vasca, Gobierno y mayoría sindical han sido capaces de avanzar en la misma dirección y una minoría acusa a todos de no haber elegido la suya. Tener siempre razón debe ser agotador.