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Negociantes de la paz

Decía Mahatma Gandhi que “no hay camino para la paz, la paz es el camino”. Pero cuentan que Mohandas Karamchand Gandhi tenía el Alma Grande -así le lllamaban- aunque ese espíritu le llevara a planteamientos y principios inasumibles. Ni Vladímir Putin ni Donald Trump tienen el alma grande, tampoco pequeña: son desalmados. Quizá por eso su camino hacia la paz en Ucrania no es la paz: para uno es territorio e imperio y para el otro, puro negocio. Transacción, como lo califica el magnate de EE.UU. Poder casi ilimitado, o lo que es lo mismo, el espíritu de la guerra. Lo que Putin y Trump pretenden negociar para la “paz” en Ucrania es consolidar una infamia, bajo el vendible anzuelo falso y envenenado del OK (cero muertos).

Ni derecho internacional, ni justicia, ni memoria, ni libertad, ni democracia: lo que se ha ganado en una guerra desigual (con invasión y agresión a sangre y fuego y crímenes de guerra y contra la humanidad) no se toca y las renuncias recaen sobre la parte más débil, sobre la víctima de la agresión, sobre Mariúpol, Bucha, Kiev, Járkov, Jersón... Renuncia a su legítimo derecho a ejercer su soberanía y su libertad. Así que Putin y Trump, Trump y Putin, exigen la capitulación de Ucrania... y de Europa. Trump sabe de negocios pero, a diferencia del líder ruso, es un ignorante en muchos otros asuntos, por ejemplo en historia. La nefasta política de apaciguamiento nunca ha funcionado. Y lo hemos visto, con Putin actuando a sus anchas.

Si dejamos que dos autócratas que buscan consolidar la pseudemocracia iliberal y poner el mundo del revés se conviertan en negociantes de la paz -más que negociadores- lo pagaremos caro. Todos. También Gandhi creyó al principio que Hitler no era “el monstruo que describían” e instaba a los judíos y a los invadidos a que si los nazis querían ocupar sus casas, les dejaran y se fuesen de ellas. Grave error. La paz no es ausencia de guerra ni, en lenguaje gandhiano, “sumisión al mal, sino resistencia activa al mal”.