A Gemma Nierga la han puesto a caminar por el tablón de los barcos pirata para que ella sola caiga al mar y se ahogue, o la devoren las pirañas de ¡De Viernes! (con una Bárbara Rey ya en nómina) y El Desafío (con la nietísima), lo que ocurra antes.
El cambio a la noche del viernes ha empeorado los resultados de audiencia, evidentemente, pero para disimularlo se han esforzado en destrozar un poco más el formato clásico, porque alguien habrá dicho ya que es viernes vamos a desmelenarnos y a meter en el programas secciones que nadie quiere ver porque ya han fracasado en otros sitios antes.
Lo primero, han sentado a un supuesto humorista en el público con micrófono de mano para que hable sin límite de tiempo (a él no le cortan a los 59 segundos) mientras interrumpe el debate de la mesa. La idea ni siquiera es nueva, solo una mala copia de lo que hacía Juan Dávila en aquel otro programa fallido (La última noche) que presentó Sandra Barneda también los viernes noche en Tele 5. Reciclan lo que no funcionó.
Lo segundo, han creado una sección de entrevistas promocionales de sofá, donde acude un invitado famoso (se estrenó con Arturo Valls) para que se enrolle sin límite de tiempo ni micrófonos que bajen otra vez para que pueda vender la moto tranquilamente. Es lo mismo que hacía en La Sexta Noche para promocionar sus cosas, y que aquí rompe de nuevo las reglas del juego: los 59 segundos.
Tercero, se dignan a llevar afectados del tema a debatir (una pareja gay a la que han negado la comunión en su iglesia) pero los suben al gallinero del plató (si quiera tienen derecho a mesa) para que ellos sí cuenten toda su movida en 59 segundos, de forma que no les da tiempo y suenan lejos y distantes. No muy diferente a lo que hace la iglesia con ellos.
Cuarto, siguen tirando de famoseo y opinatodo para llenar la mesas de debate por encima de expertos, ponme aquí un Boris y aquí una Carlota, el enésimo rostro que salta de Sálvame a TVE.
Quinto, de forma absurda, ahora copian a La Revuelta con el sorteo de las loterías (que el viernes es más largo, además) y abren otra ventana en la que, en lugar de currarse un contenido propio, se les ve a ellos aburridos esperando que acaben.
Y sexto, Gemma Nierga sigue sin aplicar las reglas del programa y en cuanto un tertuliano se queda sin tiempo pide que le suban el micro para que continúe con su cháchara y otras disimula con una intervención en medio y vuelve una y otra vez a esa persona.
Con estos cambios tan chirriantes, el programa ha dejado de tener sentido y la gente, claro, ha salido huyendo y ya el primer viernes se quedó con un pobre 4,7% y 492.000 espectadores: un desastre.
Al final, si haces que un debate parezca un chiste, ni te ve el que tiene ganas de chistes (los hay mejores en las otras cadenas) ni el que buscaba la reflexión de un debate.