La democracia es un bien supremo, un tesoro del que, más o menos, gozamos en la Unión Europea desde finales de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y en España desde 1978. Las democracias nunca son ni serán perfectas, por definición porque las establecen, las viven los seres humanos y no somos ni seremos perfectos.

Pero estos últimos años, varios temas como la guerra de Ucrania en nuestras fronteras, el auge de partidos políticos de extrema derecha o izquierda, los endeudamientos exagerados e irresponsables, las posturas enfrentadas ante la inmigración, etc. ponen en peligro la supervivencia de nuestra democracia y también la existencia de la Unión Europea. Paralelamente los ciudadanos se alejan de la política y por consiguiente de la democracia. Tenemos la impresión de que la política no resuelve los problemas acuciantes, universales. ¿No está respondiendo a su vocación democrática?

Las razones son múltiples. En varios artículos nos centraremos en tres de ellas.

1. La clase política

Qué duda cabe de que el modo de hacer la política depende de nuestros políticos, de su ideología, de cómo llevar a la práctica sus ideas, de su manera de actuar en política y en la vida en general.

Constatamos que no se abordan con profundidad los problemas esenciales de nuestra sociedad y menos aún los del universo. O, si se citan, no se toman las decisiones necesarias para resolver estos temas. El tema de las migraciones podría ser un ejemplo entre otros muchos. ¿Se deben acoger a todos los migrantes, sea cual sea su número? ¿Qué se propone para integrarlos en nuestras sociedades europeas? Etc. Las migraciones masivas no son deseadas por los países receptores ni, todavía menos, por los desgraciados que deben abandonar su país, su familia, su entorno, arriesgando o perdiendo su propia vida. Pero ¿se trabaja en busca de soluciones duraderas de largo plazo, en los países de origen de estos emigrantes, para evitar estas migraciones no deseadas por nadie?

La visión limitada y cortoplacista es nefasta para nuestra sociedad. El ejemplo de nuestra deuda es también muy significativo. Con la excusa de querer paliar algunos graves problemas sociales inmediatos, algunos gobiernos deciden endeudarse acudiendo cada día más a fondos internacionales, alcanzando niveles peligrosísimos para su futuro: Italia 137% de su PIB, Francia 111%, España 108%. Lo más grave es que, en el caso de Francia e Italia, no parecen tener la menor intención de enmendarse puesto que siguen teniendo déficits del 5,5% y 7,4% de su PIB en el año 2023. Saben que son soluciones suicidas, pero cuentan resolver así su problema inmediato y dejar que las generaciones venideras paguen las consecuencias. La partida más importante del presupuesto francés en 2025 será el pago de los intereses anuales de su deuda… Este egoísmo institucional es insoportable.

En otros temas, las instituciones políticas deberían plantear preguntas similares. Una vez más constatamos que no abordan con seriedad dichos temas: las condiciones de trabajo, la demografía, el cambio climático, las consecuencias de los avances científicos o tecnológicos, los principios básicos de la convivencia y gobernanza, etc.

Para poder tratar estos temas se precisan (por lo menos) tres condiciones:

• Unos partidos políticos fuertes, capaces de estudiar, profundizar las cuestiones y adoptar posiciones consecuentes con la propia ideología que se defiende.

• Un intercambio y diálogo sincero y constructivo entre partidos, con el fin de alcanzar acuerdos buenos y duraderos en estos temas esenciales para la sociedad.

• Todo ello en un ambiente de tranquilidad, sosiego y paz, a pesar de las obligadas diferencias de parecer.

Desgraciadamente ninguna de las tres condiciones se cumple en la mayoría de los casos. Los partidos políticos, todos ellos muy criticados, están todos en horas bajas. El diálogo serio entre partidos sobre estos temas es totalmente inexistente pues a cada uno solo parece interesarle el desprestigiar, atacar a los demás con el único fin de eliminarlo.

A ello se añade el clima de insultos permanentes entre políticos y partidos. No tratan de aportar soluciones o argumentos serios en favor o en contra de los planteamientos de los adversarios políticos. Se buscan frases hirientes, ironías que tratan de ridiculizar al adversario, contando con la buena acogida de la audiencia en general, sin ser conscientes de que quien, en verdad, se encuentra rebajado es quien las profiere.

Como consecuencia de ello es la casi imposibilidad de alcanzar un mínimo acuerdo entre diferentes, entre partidos políticos. ¿Cómo pretenderlo con quien se ha menospreciado, insultado la víspera? Estos bloqueos pueden resultar mortíferos para la vida económica, social y política de los países. Pero sobre todo muestran una falta de ética que se exige al resto de la sociedad.

La búsqueda insaciable de los acuerdos entre diferentes es la base de toda democracia. Es imposible que todo el pueblo de un país tenga la misma visión de todos los temas que surgen. Si la democracia se basa en el poder ejercido por las mayorías y el respeto de las minorías, la búsqueda de los acuerdos con ellas es necesaria si queremos asegurar la convivencia y el refuerzo de la democracia.

El autoritarismo de quienes ostentan el poder, adquirido democráticamente, ignorando o aplastando las minorías, es la mejor garantía para debilitar la democracia y facilitar el acceso de los popularismos autoritarios.

Evidentemente no todos los políticos, ni partidos políticos actúan de esta manera.

Posiblemente, en este momento, Euskadi constituye un cierto oasis. Pero esta actitud está bastante generalizada en el mundo político europeo, pone en gran peligro la democracia de nuestros países y no estamos exentos de caer nosotros también en ese mismo nefasto clima.

¿Pero son los políticos los únicos responsables de tan preocupante situación de nuestra sociedad europea? l

Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa