La violencia no tiene cabida en ninguna sociedad. Ni siquiera cuando se desata la angustia y la desesperación. Es fácil escribirlo a cientos de kilómetros sin tener la casa llena de barro, familiares fallecidos o desaparecidos y la vida totalmente quebrada por una riada que se llevó en Valencia lo que quiso por delante. Pero si la indignación abre la puerta al ataque físico será peor el remedio que la enfermedad. Contribuiría a apaciguar el desasosiego de los miles de afectados por la dana que sus dirigentes políticos dejen de recriminarse quién es más responsable. Eso solo aumenta el dolor y el hastío.
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