LA alarma ha saltado en un colegio de Donostia, pero podría haber sido en cualquiera. Un chat compartido por más de mil personas, con participación de cientos de menores, a quienes se les ofrece material pornográfico y violento. La denuncia llega de un grupo de madres y el centro escolar lo hace público para aviso a navegantes. Pasado el estupor, varias conclusiones. Seguimos sin lograr que nuestros hijos e hijas entiendan los riesgos de las redes sociales, quiénes están detrás de estos chats y lo que quieren conseguir de ellos. A veces, con éxito. Segunda: no se trata de prohibir los móviles, sino de educarnos (todos y todas) en su uso. El secreto está en casa.