Alguna vuelta tendremos que darles a los mecanismos clásicos con los que encaramos las variables del crecimiento y la calidad de la economía porque los argumentos de macroeconomía que nos sabemos al dedillo no están cuadrando bien la cuenta de la vieja, que es la que en cada casa dice si llegamos o no a fin de mes.

La inflación, sin ir más lejos, parece haberse moderado pero la estadística no resulta convincente cuando el encarecimiento de los alimentos básicos no se está frenando de igual modo. La presunción de que subvencionar el precio de los carburantes permitiría contener el coste del transporte y no repercutirlo a los bienes de consumo era muy académica, pero no funciona. Universalizando el subsidio al carburante no se han contenido sus precios ni su consumo. 

Vale que no es el único factor –ahí está el coste del cereal por la guerra en el granero de Europa– y que la hiper dependencia energética nos tiene amarrados, pero quizá llega el momento de ser más selectivos con esos subsidios, aunque sea menos popular.

¿Habría que orientar esfuerzos a asegurar el acceso a lácteos, proteínas, fruta y verdura, que son los que arrasan con las rentas más bajas porque siguen disparados de precio? Ya sabemos que no va a faltar energía este invierno pero pagarla va a ir por barrios y en muchos va a hacer mucho frío. Racionalizar la suficiencia energética a precios asequibles en invierno. Las rentas medias son el sostén del sistema público y empiezan a menguar. La mayoría ceden a la gravedad de los costes y caen, ahondando la brecha social. No vamos a ser más ricos ahorrando y repartiendo lo ahorrado si no somos capaces de crecer. Y aquí es donde cabreo a todo el mundo sugiriendo que los pactos de rentas impliquen por igual los márgenes empresariales y la productividad laboral. ¿Mira tú que si resulta que bajar de 40 a 35 horas semanales no fue tan buena idea?