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Biribilketa

Iñaki González

Magia política

El deterioro de la democracia no empieza con una explosión sino con una pérdida sutil del gas que la mantiene flotando sobre un campo de cardos. El pinchazo llega al final pero, por el camino, muchos habremos dejado de mantenerla a la distancia que la preserva de las púas. De entender hasta qué punto, con sus imperfecciones y su incapacidad de satisfacer nuestros anhelos inmediatos, es necesario protegerla de cualquier alternativa.

Hay tantos proselitistas de la decepción que hoy casi no ha forma de escapar a sus corrientes de opinión. Están los que practican el irrealismo mágico, que dibujan un escenario ideal tras despojar su discurso de todo lo que no sea satisfacer a sus oyentes. La culpa es de los demás. Alimentan la frustración y la exprimen en su beneficio. Hay toda una estrategia de marketing y comunicación en torno a esto. Luego, cuando es preciso que sus recetas aporten soluciones, el rey está desnudo. A Johnson lo eligieron con entusiasmo, a Trump aún le adoran muchos; Meloni es primera ministra.

Pero en el irrealismo mágico de la política también están los que practican el buenismo mesiánico. Su mera presencia será balsámica y las promesas infladas son causa de frustración. Ahí cierran el círculo con los anteriores, que recogen los frutos. El chileno Boric lleva medio año de presidente y ya no le pueden ver porque no ha podido cumplir las expectativas. Obama creó tanta ilusión que, cuando no hubo panes y peces para todos, cayó en popularidad al entorno del 40% y solo volvió a recuperar una parte al final de su mandato, ante la perspectiva de lo que vino después. Estamos reduciendo la democracia al mercado del sufragio. La democracia padece presbicia. Vemos estos fenómenos claros desde lejos pero no tanto los protagonistas cercanos del mismo irrealismo mágico. Hagamos un esfuerzo: pongámosles nombre en nuestro entorno.