Si ya lo dijo Napoleón no hay lugar a hacernos de nuevas dos siglos después. China está muy despierta y haciendo temblar a todos, empezando por los propios chinos. Dos siglos largos desde la frase de Napoleón y uno de aventuras de los regímenes comunistas para acabar descubriendo que el de Beijin es hoy la multinacional más salvajemente capitalista que depreda por los mercados.

Consume masivamente materias primas, contamina como un derecho mientras desarrolla instalaciones renovables como factor de empleo y actividad interna, devora empresas en todo el mundo y, cuando no puede comprar generando dependencia financiera, siempre le queda, como acaba de afirmar Xi Jinping, la amenaza para doblegar a quienes, en Taiwan, no se le quieran reunificar sabiendo, por la experiencia de Hong Kong, lo que les espera tras el fraternal y sofocante abrazo. Jinping lleva camino de perpetuarse hasta morir en el cargo, lo que le convierte en una divinidad del PC Chino sin precedente desde Mao.

China ha relevado hoy a Estados Unidos como la principal potencia por dimensión, potencial económico y, sobre todo, voluntad de incidir en la política, la economía y el devenir de otros en beneficio propio con una estrategia abiertamente orientada a alinear con sus intereses comerciales y geoestratégicos a todo el que precise financiación para sostenerse. El régimen de Beijing ha jugado con inteligencia y sin aspavientos. Ha captado tecnología extranjera durante décadas con costes baratos y adelanta ahora a sus competidores por la derecha tras haberles hecho dependientes de su suministro. El telón de la China no es de acero sino de seda. Envuelve con suavidad pero asfixia igualmente porque ya es un tiburón financiero, un aspirador de recursos mundiales y un poder militar intocable. Sin gastar una bala, está ganando su guerra.