CUANDO quedan ocho meses para las elecciones municipales (en nuestro caso forales y municipales), estamos viviendo una de las situaciones más superpotentes que recuerdo en años. Yo siempre he creído que los impuestos que pagamos están directamente relacionados con el estado de bienestar que tenemos y que hay que pagar la cantidad necesaria para mantenerlos en forma de impuestos. Pero como la realidad siempre puede superar la ficción, llevo dos semanas desaprendiendo lo que yo tenía como creencia aprendida.

Ahora tengo que aprender que los impuestos que pagamos no están directamente relacionados con las prestaciones que recibimos (sanidad, educación, etc...) sino con la oportunidad política previa a unas elecciones.

Llámame Bambi, pero yo creía que teníamos una política fiscal, eficaz y eficiente. La realidad, sin embargo, es que esta está funcionando en modo acción-reacción, nada más lejano de lo que podemos entender como eficaz. Comenzó este frenesí, consistente en utilizar el pago de impuestos como medida preelectoral, el presidente de la Junta de Andalucía, al segundo reaccionó el presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia y acto seguido les siguieron las Comunidades de Valencia y Galicia.

Estamos en plena fiesta de la deflactación y por si éramos pocos, la semana pasada el Gobierno estatal hace lo más inaudito en su legislatura. Después de votar en contra de una propuesta de Unidas Podemos sobre el incremento de la tributación a las rentas de más de 10 millones, ahora hace propia esta medida y la mejora con otras hablando del “impuesto de solidaridad.”

¿De verdad esto es serio? Euskadi como siempre es una isla de modificaciones fiscales que han dado propuestas mucho antes de esta catarsis fiscal y estamos alejados de esta carrera.

He pasado de creer en un sistema fiscal vinculado a las prestaciones públicas, a tener la percepción de todo vale en un proceso preelectoral, una pena para mí y creo que un grave error para algunos partidos políticos.