NADIE puede oír tus gritos, como decía la publicidad de Alien, el octavo pasajero (1979). El espacio sigue siendo algo muy ajeno, aunque los muchimillonarios lo aprovechan para pavonearse ante el resto de los mortales. Sin embargo, desde que subió al cielo el Sputnik-1, mañana hará 65 años, muchas cosas que solamente eran objeto de la ficción son realidad. Fuimos la Luna y, a pesar del retraso, el nuevo programa de astronautas lunares Artemisa volverá a hollar nuestro satélite. La semana pasada vimos cómo se probaba un sistema que permitirá acaso defender nuestro planeta de un impacto cósmico o quizá pastorear asteroides para nuestro beneficio y seguridad. Conocemos nuestro planeta, lo medimos y analizamos y gracias al espacio podremos ver si la mitigación y la adaptación, ojalá el decrecimiento, consiguen domeñar algo la crisis climática.

Este jueves pasado otra nave, Juno, se paseó a unos cientos de kilómetros de la costra helada de la luna Europa para conocer mejor el lugar donde en unos años se posarán nuevas misiones que buscarán vida en el océano que hay bajo el hielo. Navegamos y conducimos orientados gracias a los sistemas de posicionamiento por satélite, las telecomunicaciones y la observación del cielo siguen mejorando gracias a las tecnologías espaciales. La semana mundial del espacio, que empieza este martes, intenta promover que la sostenibilidad sea signo prioritario de una Era, la Espacial, en la que, como suele pasar, primero primó la opulencia, la competición y el derroche. Este tiene que ser un nuevo tiempo de racionalidad y mesura, de colaboración internacional y de igualdad. Porque fuera de la Tierra nadie puede escuchar nuestros gritos.