Adquiere un regusto a telenovela turca el cruce indirecto de mensajes entre Santiago Abascal y Macarena Olona. Al líder de Vox se le ve despechado, con lo tirado p'alante que es él, y hay cierta amargura cuando recuerda el compromiso que ella rompió. Conste que entiendo que se haga el duro cuando quien parecía llamada a ser la gran dama de la ultraderecha se bajó en marcha del proyecto al primer revés.

A Olona no le perdonan los que fueron los suyos la espantada que dio en Andalucía. Ella, que iba para presidenta y las urnas la dejaron de portavoz en el Parlamento de Sevilla, alegó problemas de salud este verano para salir por piernas de un destino para ella peor que la muerte: la irrelevancia. Lleva semanas haciendo ojitos a su vuelta al ruedo político del modo en que el populismo sabe hacer estas cosas: proyectando su “lado humano” en el camino de Santiago y, sobre todo, buscando alguna polémica que la asegure una bronca en una universidad para que la aúpen por igual los tirios que la pitan y los troyanos que la aplauden.

Olona pide a Abascal que la deje volver porque, dice, en realidad nunca se fue. Pero su exjefe le señala la maleta que llenó apresuradamente para salir de Andalucía. Quizá alguien la hizo creer que podría liderar una divergencia que la reforzara como anticipo de una confluencia. Se equivocó: no está claro que Olona tenga algún valor para Vox. Ni siquiera si la marca de Abascal lo tiene para la ultraderecha, una vez que el PP de Feijóo se ve capaz por sí solo. Yo no descartaría el retorno de los posfranquistas a la latencia, a la tumoración en el seno del PP que les funcionó durante décadas. Mientras la propia formación nostálgica de otros tiempos peores no sepa si va a ser algo de mayor, Abascal seguirá mascando despecho y Olona durmiendo a su puerta. La que se fue de Sevilla es la que ha perdido su silla.