ES admirable la determinación de las mujeres, que no se resignan a estar atenazadas por el miedo a algún depredador canalla ni al cada vez más retrógrado e inquisitorial escrutinio, juicio y condena de los guardianes del comportamiento correcto, situados en los extremos ideológicos y que pretenden dictarles las normas. Los pinchazos –cometidos siempre por hombres, claro– son la cobarde expresión de este miserable intento de control. Las mujeres sin miedo deben saber y sentir que no están solas frente a este y otros tipos de amedrentamiento. l