HABITUALMENTE, y desde hace algún tiempo, sigo por videoconferencia –un buen sistema consolidado, gracias a la pandemia, de participación en seminarios y conferencias de interés–, algunos de los actos programados sobre la transmisión de conocimiento y, por lo tanto, aprendizaje, efectuados desde el mundo académico y desde diversas fundaciones y clubs, como es el caso del Club de Roma.

En una de estas conferencias a la que asistí en fechas relativamente recientes, un plantel de excelentes profesionales de las ideas y conceptos analizó y profundizó acerca de la vigencia o no de la Ilustración, de sus valores y su identificación con la Revolución Francesa del siglo XVIII.

Para dar una respuesta cabal a la cuestión conviene recordar el trío de vocablos que identifica la estructura de valores sociales, de convivencia que sostienen, o sostenían, esa revolución cultural e intelectual, es decir, la Ilustración. ¿Cómo entendemos hoy conceptos como Libertad, Igualdad y Fraternidad?

Un buen comienzo para abordar el asunto es la conceptualización que la Real Academia de la Lengua Española (RAE) hace de esas tres palabras. La primera, Libertad, se identifica como la facultad natural que tiene la persona de obrar de una manera u otra, o de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Y responsable es aquella persona que tiene que responder por algo que ha hecho él mismo o por alguien de quien se es tutor, avalista o similar, significado que olvidamos demasiado a menudo en los tiempos actuales.

¿Hacia una nueva Ilustración?

Por lo que respecta al término Igualdad, esta se identifica como aquel principio que reconoce a todos los ciudadanos de un ámbito geográfico y jurídico acotado y concreto, la capacidad para gozar de los mismos derechos. La Fraternidad se entiende como la amistad o afecto entre quienes se tratan como hermanos.

La estructura conceptual y social que este trío de valores suministra, tanto desde el punto de vista de los derechos, del derecho, de la cultura y de la sociología es y ha sido importante. Aunque tengo que reconocer mis dudas respecto a que una mayoría de los componentes de nuestra sociedad compartan estas definiciones y, es más, las entiendan –especialmente en determinadas élites–, lo que conlleva una imprescindible actualización de los mismos y una adecuada divulgación.

Dudo mucho, también, de que en las importantes redes sociales se pueda identificar, con carácter dominante, sentimientos y actitudes coherentes con la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. Es decir, que fuera de los libros y de parte de la intelectualidad, como reza una zarzuela, el contenido y significado de esas palabras brilla por su ausencia en la sociedad actual.

Ha pasado mucho tiempo desde la promulgación y asunción de ese triple lema, las circunstancias sociales y sociológicas han evolucionado y, en algunos aspectos importantes, han cambiado, sin poder asegurar hacia dónde. Si observamos varios hitos históricos probablemente, casi seguro, podemos contemplarlos y definirlos de manera diferente y hasta contrapuesta a como lo hicimos en su momento. Por ejemplo, si pensamos en los hechos de Mayo del 68, en donde todos estuvimos aun sin edad para viajar, o eso parece, fueron considerados en esos tiempos como el comienzo de una época esperanzadora en términos de libertad y progreso.

En mi opinión, se generó un proceso neoconservador que modificó, efectivamente, muchos aspectos de la vida social de la época, pero también hay que decir que fue el precursor del neoliberalismo económico y social consolidado en la segunda mitad de la década de los 70 del pasado siglo. Recordemos, si no, a Reagan en los Estados Unidos y a Thatcher en el Reino Unido.

Aún hoy estamos bajo esa ola conceptual, no ya desde una perspectiva económica cuyo último exponente fue el paquete de medidas de política económica adoptadas ante la crisis financiera de 2008, sino sociológica y política. Sin pretender sentar cátedra, cuando menos merece la pena reflexionar sobre ello.

Planteo una visión dual, en paralelo, entre el ayer, siglo XVIII, y el hoy y, nítidamente, hay diferencias objetivas que sugieren, cuando menos, una revisión de las condiciones administrativas, políticas y del marco jurídico en las que vivimos y que son directamente herederas de la Ilustración.

Podríamos realizar un listado muy extenso de circunstancias que diferencian ambas épocas, pero creo que con un sucinto número de las mismas quedará suficientemente clara la diferencia de marco.

De una democracia precensitaria pretérita hemos llegado a un sistema de representación que, aunque insatisfactorio y mejorable, podemos denominar sin duda alguna como democracia de sufragio universal, y como el mejor sistema de organización y gestión políticas conocido.

Por otro lado, estamos inmersos en la denominada Economía del Bienestar que nos ha conducido al Estado del Bienestar, el cual cuenta con tres ejes característicos: una atención sanitaria universal, un sistema educativo que trata de lograr la igualdad de oportunidades ante el acceso al conocimiento, y una democracia representativa que, aunque mejorable, como ha quedado dicho, como sistema, garantiza el suficiente relevo en el poder. Otra cosa es el uso que cada quien haga del mismo.

Pero hay más, hemos entrado de lleno en la era de las TIC’s y de la Inteligencia Artificial, verdaderos elementos diferenciadores, junto a alguno ya destacado, de las dos épocas de referencia, el siglo XVIII y el siglo XXI.

Estas diferencias en paralelo plantean una cuestión fundamental: ¿el sistema político, administrativo y organizativo que basado en los valores de la Ilustración impera hoy, es suficientemente eficaz y válido para nuestro actual modo de vida, en el cual los propios estados soberanos resultan mecanismos insuficientes?

Las cosas han cambiado mucho desde aquel 14 de julio de 1789 hasta nuestros días, lo que conlleva la conveniencia de redefinir un nuevo contrato social, una nueva organización internacional, que supere el contenido y el ámbito geográfico de aplicación de dicho contenido, principalmente, el relativo a los derechos individuales y colectivos.

Probablemente resulte imprescindible una remodelación del método de gestión política, la cual está demasiadas veces identificada con una gestión del cinismo y la ineficacia de las élites de los Estados. En ese sentido, el contenido del libro Por una Constitución de la Tierra, del profesor Luigi Ferrajoli, recientemente publicado, constituye una sólida aportación a la resolución o, al menos, al enfoque para resolver o superar el desfase del esquema conceptual de la Ilustración y la vida real actual. l

* Economista