ANUNCIA su dimisión la vicesecretaria socialista y se arma la de San Quintín, que es una batalla de las tropas hispanas en el siglo XVI y una obra de Pérez Galdós estrenada en el XIX en el Teatro de la Comedia. O sea, un arrebato de Sánchez quien, tras el desastre andaluz, coloca la cabeza de Lastra en una pica de las de los tercios de Flandes; o una decisión de Adriana, quien antepone la salud en su embarazo a una posición política y, como la Duquesa de Trastámara en el enredo, decide iniciar otra vida. Anuncia su dimisión la fiscal general y se monta la de Dios es Cristo, como en el primer concilio ecuménico, el de Nicea, que salió de las meninges del obispo Osorio de Córdoba para determinar si el hijo era el padre. O sea, Sánchez sacrifica en el altar de la reforma del Poder Judicial a Delgado, cuestionada por la mayoría conservadora de los fiscales tras aguantar carros (su origen ministerial) y carretas (su relación con Villarejo) dos años; o Dolores, tras serle estirpado un quiste en las vértebras, opta por dejar un cargo que le sentaba como a un cristo unas pistolas. Pero nombradas ambas por aquel primer Sánchez el mismo día –el 7 de junio de 2018 les hizo portavoz en el Congreso y ministra de Justicia–, que las dos anunciaran su dimisión en 24 horas de un julio incendiado, no dejaba dudas. Y que este Sánchez de ahora sitúe en primera fila a Patxi López, entre otros, solo lo confirma: algo se (des)monta. l