A Gioconda ha sido atacada de un tartazo. La noticia ha corrido veloz por todo el mundo. No es el peor de los ataques que ha sufrido en su historia. En el pasado ya había sido atacada con una taza, con pintura roja e incluso con ácido. Cuando me enteré del tartazo me vino a la memoria el ataque de 1991 contra el David de Miguel Ángel. Un hombre destruyó parte de su pie izquierdo tras golpearlo con un martillo. ?Para evitar futuros ataques, se colocó una estructura acristalada blindada que lo rodea por completo.

¡Qué triste!

Pero no es de extrañar.

¡La de obras de arte que se han perdido durante nuestra historia! Solo en la Segunda Guerra Mundial se perdieron para siempre obras como el retrato de un hombre joven de Rafael, o el Salón de Ámbar del Palacio de San Petersburgo, obra de Andreas Schlüter. Más recientemente, los talibanes volaron los gigantes Budas de Bamiyan.

El ser humano, capaz de crear estas maravillas y de salvar vidas con avances científicos también mata industrialmente y, como no, priva a generaciones venideras de grandes tesoros. Los nazis, al quemar libros de autores tan dispares como Karl Marx, Heinrich Heine, Kurt Tucholsky y Sigmund Freud en realidad contaban con muchos antecedentes históricos. Por ejemplo, los libros de alquimia de la enciclopedia de Alejandría fueron quemados en 292 por el emperador Diocleciano, y más remotamente se produjo la quema de textos y el asesinato de académicos en la China de Qin Shi Huang en el año 212 a. C. durante la cual muchos intelectuales que desobedecieron la orden de quemar libros fueron enterrados vivos.

Umberto Eco nos ilustró, en su novela El nombre de la rosa sobre la segunda parte de La Poética de Aristóteles, dedicada a la comedia y a la poesía yámbica, que se perdió, aparentemente durante la Edad Media, y de la que nada se conoce.

En la ficción, Eco tenía razón. A pesar de la barbarie, siempre nos quedará la risa y su capacidad creadora, subversiva y liberadora. l

@Krakenberger