A realidad obliga a reinterpretar a Hegel. Quizá, vistas las imágenes vergonzantes que dejó el anterior fin de semana en Sanxenxo, se podría recuperar aquella frase suya de que "el pueblo es la parte del Estado que no sabe lo que quiere" pero sus ideas sobre la verdad, tan manipulada dos siglos después, o la libertad, que él ya limitó al pensamiento... y ni pensar libremente nos dejan, parecen consumirse, sin que nadie ponga el grito en el cielo, víctimas del virus de la obsolescencia y esa urgencia absoluta por todo lo que ignora lo trascendente. Así, la ley, que debe conjugar verdad y libertad entre otras virtudes, no es ley, sino interpretación, un papel que se representa y permite a un tribunal decidir algo y lo contrario por el mero hecho de que cambien dos de los magistrados que lo componen y con ellos la inclinación ideológica de la sala, incluso sobre un asunto que afecta a la verdad de unos hechos y a la libertad de unas personas. Así, la economía, ciencia que estudia los métodos eficaces para satisfacer las necesidades humanas, no es tal, sino usura, y quienes trenzaron la soga del ahorcado e hipotecaron el ahorro de las familias en su vivienda pueden anunciar, sin sonrojarse en el recuerdo del rescate bancario, que ese piso será en nada trueque de pensión porque ésta, cotizada al tiempo que la hipoteca, no llegará a suficiente. Así que sí, en este siglo XXI hay que reinterpretar a Hegel: ni siquiera sabemos que las otras partes del Estado sí saben lo que quieren. l