Entre los factores que en otras épocas han provocado tales situaciones catárticas cabe citar las guerras, los cambios tecnológicos o las pandemias. Pero nunca, hasta el momento que nos toca vivir, habían coincidido en el tiempo los tres procesos: en efecto, a la confluencia de la revolución digital con la pandemia del covid y sus efectos, se suma ahora la invasión rusa, la guerra en Ucrania.

Sobre estas bases se construye lo que se ha llamado el nuevo signo de los tiempos, el espíritu de la época, el zeitgeist, enmarcado por los tres grandes items que se enumeran una y otra vez: digitalización, sostenibilidad e inclusión.

Proyectado todo ello sobre nuestra sociedad, es preciso, por un lado, tejer grandes consensos; una sociedad se vertebra cuando la labor de las instituciones públicas se ve acompañada, complementada y enriquecida por la fortaleza de su sociedad civil. No es momento para energía negativa, para el recurso a la fácil y recurrente búsqueda de chivos expiatorios, sino para sumar todos y remar en la misma dirección; para ello, para coordinar bien todos los esfuerzos necesarios y para lograr canalizar de forma adecuada y eficiente toda nuestra energía y nuestro capital social e institucional resulta imprescindible entender el momento y ubicar correctamente a nuestra sociedad y a sus instituciones (públicas y privadas) en las coordenadas de esta nueva bisagra histórica.

No nos podemos distraer. Como ciudadanos y ciudadanas necesitamos tratar de evitar el riesgo de un cierto ensimismamiento complaciente que durante tiempo se ha cernido sobre nuestra sociedad. No se trata de caer en el pesimismo que nuble o frene nuestra laboriosidad, sino de entender bien y cabalmente las dinámicas del mundo en el que estamos viviendo, las transformaciones que está experimentando y las claves estratégicas de las que depende. Solo así será posible anclar en las mismas las grandes decisiones que nos toca tomar.

Nadie dispone de la verdad absoluta, aunque muchos pugnan hoy día por esa batalla por el relato. Lo importante ahora es dejar de lado narcisismos mediáticos y afán de notoriedad para pasar a trabajar de forma discreta y de buena fe: la prioridad pasa por definir los elementos estratégicos clave de este momento histórico bisagra y por identificar los grandes ejes de transformación del momento afianzando y visibilizando su función y cometidos para, por un lado, dar a conocer a nuestra sociedad cuáles son los grandes vectores de cambio del momento y lograr así tener presente las tendencias internas que recorren el nuevo ciclo histórico; y por otro, para tratar de ayudar a los poderes públicos a impulsar las decisiones estratégicas que les toca adoptar conforme a las tendencias correctamente definidas de este momento crucial y definitorio.

Y entre esas tendencias cabe adelantar dos ya emergentes: la primera se concreta en que, tras la covid, y frente a los mercados omnipotentes, emerge de nuevo la dimensión público-institucional con un protagonismo renovado que va a sustituir las políticas de ajuste y austeridad por programas extraordinariamente expansivos. Los poderes públicos se proponen, con acierto, acotar la autorregulación liberal de mercados y empresas para pasar a un nuevo protagonismo normativo que fomente la competencia, limite monopolios y oligopolios, reformule la fiscalidad y regule las nuevas realidades que han surgido de la revolución tecnológica.

La segunda tendencia se concreta en que las personas, más que las empresas o los mercados, volvemos a adquirir una centralidad: la recuperación de la esperanza ciudadana en el progreso, el fortalecimiento de la confianza en las instituciones y particularmente en la empresa como medio natural en el que materializar aquella esperanza de las personas vuelve al eje del debate con una cierta renovación del contrato social. Para todo ello es clave fortalecer las instituciones, su interacción con la sociedad y proteger nuestro modelo de democracia y de vida en sociedad.