LTIMAMENTE me siento viejuno, triste y cada vez más deprimido. Las razones pueden ser muchas, pero lo mismo que pandemia, invasión de Ucrania y falta de aceite de girasol pesan, seguramente lo peor sea mi propio desconcierto personal.

Me lamía las heridas acudiendo a mis múltiples adicciones sin saber qué hacer para sentirme de nuevo positivo, optimista, con criterio y ganas de hacer cosas, cuando me paré a escudriñar, es lo que tiene estar deprimido, la agenda pasada, presente y futura del Parlamento Vasco.

Descubro que hace un mes se aprobó la modificación de la ley de igualdad que da un nuevo impulso a la mujer en el imprescindible e imparable camino hacia la igualdad. Observo que hace quince días se aprobó la ley de juventud, lo que supone un reconocimiento de las necesidades y posibles soluciones de una franja de edad con requerimientos propios y que son el futuro de nuestro país. Por último, hurgando en documentos, veo que la pasada semana los grupos parlamentarios presentaron un proyecto de ley de reconocimiento de derechos de los transexuales.

Todas ellas son imprescindibles, mejoran derechos, nos igualan, muestran un trabajo parlamentario muy centrado en las políticas de igualdad, de reconocimiento de los que hasta ahora no lo estaban, de impulso de la libertad y de minimizar las diferencias que puedan existir entre nosotros, pero incluso alegrándome mucho del papel legislativo moderno y transformador de nuestros y nuestras parlamentarias, no consigo sacudirme la tristura y la depresión. Termino por preguntarme si, a pesar de haber disfrutado toda mi vida de las ventajas del macho blanco heterosexual en un mundo lleno de desigualdad, no me ayudaría que hicieran una ley, siquiera un decreto, dedicado a mí, viejuno heterosexual no practicante. Me paro a pensar un rato y concluyo que si todas y todos nos fijáramos en cada una y cada uno, a lo mejor nos ayudábamos.