UANDO el Grupo Vasco decidió preguntar en el Senado por la opinión que tenía el Gobierno español de lo que estaba ocurriendo en Marruecos, pocos entendían que en medio de un conflicto bélico como el provocado por la invasión de Ucrania alguien interpelara por lo que estaba ocurriendo al otro lado del estrecho de Gibraltar.

¿A qué venía aquella preocupación? ¿No era una cuestión fuera de contexto?

Enseguida Estefanía Beltrán de Heredia entendería que su iniciativa había "pinchado en nervio". La reacción privada de la Moncloa fue rápida. La cuestión era sumamente sensible y no se entendía cómo el PNV, un partido "serio" había sido capaz de hacer una interpelación de este tipo. Fuentes vinculadas a la relación del Gobierno con la Cortes trataron de explicar a los nacionalistas que el establecimiento de buenas relaciones entre España y Marruecos era una prioridad tras las dificultades generadas a raíz de la crisis abierta por la presencia del líder saharaui Brahim Gali en Logroño, donde fue tratado del coronavirus. Una crisis que encolerizó a la corte de Rabat y cuya respuesta envuelta de amenazas costó el puesto a González Laya al frente del departamento de Exteriores.

Los representantes de la Moncloa solicitaron a los jeltzales que retirasen la pregunta o, cuando menos, aplazaran en quince días su respuesta en la Cámara Alta a cargo del ministro de Asuntos Exteriores. ¿A qué venía tanta cautela y preocupación?

El PNV había sabido leer la coyuntura. El día 2 de marzo, la Asamblea General de las Naciones Unidas condenaba mayoritariamente la agresión rusa a Ucrania. Solo 5 países votaron en contra de la resolución y 35 se abstuvieron o no participaron en la votación. Entre estos últimos, sorprendía Marruecos. ¿Cómo entenderse que Marruecos, un país aliado de Estados Unidos y Francia no hubiera condenado la invasión rusa?

Pero el mapa ofrecía más datos. Entre el día 2 y el 6 de marzo se habían producido los intentos de salto de valla más multitudinarios en Melilla de los últimos tiempos. La Guardia Civil había advertido horas antes de los incidentes movimientos organizados que auguraban los intentos de penetración fronteriza. Y si la Guardia Civil había sido capaz de darse cuenta de las intenciones de los migrantes, con mayor seguridad lo habrían conocido las autoridades marroquíes sin que estas movieran un solo dedo para impedir la estampida en la muga melillense.

El movimiento migratorio volvía a agitarse y a utilizarse como medida de presión política. Antes Marruecos lo había hecho en Ceuta con aquellas imágenes impactantes de mayo del pasado año en las que miles de niños y de jóvenes llegaban hasta la ciudad autónoma nadando o animados por las fuerzas policiales del país alauita. Canarias también había sufrido la presión social con un aluvión de pateras y un flujo de migración irregular desconocido.

¿Qué maquinaba tras las bambalinas la corte de Mohamed VI?

Con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, muchas miradas interesadas se giraban para conocer cual sería la respuesta de occidente ante esta situación inédita. China, que parecía ponerse de perfil inicialmente, aguardaba la reacción de occidente quizá para determinar cuales serían sus futuros pasos en relación a Taiwán. Y Marruecos también hacía sus cábalas.

A la hora de determinar su posición en las Naciones Unidas, Marruecos se acordaba de la actitud de algunos de sus principales "socios" europeos, empezando por España, tras ella Alemania, a propósito de la cuestión saharaui. Desde que la Administración americana presidida por Trump diera el paso en noviembre de 2020 de reconocer la soberanía marroquí sobre el territorio del Sahara Occidental —decisión que Biden no ha revertido— Rabat aguardaba de sus vecinos el respaldo a su propuesta de autonomía para la excolonia española.

En el último discurso pronunciado con motivo del aniversario de la Marcha Verde, el rey de Marruecos, Mohamed VI, avisaba de que solo mantendría relaciones comerciales con aquellos países que reconocieran la marroquinidad del Sahara y pedía a sus socios posiciones "atrevidas" y "claras".

Marruecos sintió que su posición en la coyuntura frente a España era fuerte. Había protagonizado una crisis diplomática. Con la libre apertura del flujo migratorio; la siempre amenaza de la "integridad territorial" vinculada a Ceuta y Melilla, y la tentación de "aflojar" la mano en el control-marcaje de la inteligencia en relación al activismo yihadista-salafista, su apuesta era enérgica.

Además, su abstención en la condena de Rusia podría atemperar el apoyo de Putin a Argelia, su sempiterno enemigo en el Magreb, con lo que su posición en el tablero internacional le permitiría crear tensiones a nivel "local" sin alterar el frágil equilibrio establecido con el conflicto ruso-ucraniano.

El desafío marroquí, por oculto que pareciera, estaba presente en la actividad política española. No en vano, la pasada semana, el Congreso de los diputados debatía y rechazaba una moción presentada por la extrema derecha en la que se solicitaba la integración de Ceuta y Melilla en el espacio OTAN y la "militarización" de toda la frontera con Marruecos. (Los territorios de un país miembro de la Alianza Atlántica que no se encuentren ubicados en Europa o Norteamérica, además de las islas situadas al sur del trópico de Cáncer, no están amparados por el artículo 5 del tratado de Washington de respuesta común).

Ante esta situación larvada y que se escondía detrás de lo que Moncloa identificaba como coyuntura "delicada", el Gobierno de Pedro Sánchez y él, en primera persona, decidieron actuar no con "discreción" sino con "ocultamiento". Ocultamiento, bisoñez y de forma unilateral. Creían que garantizando al monarca alauí su posición ante el Sahara occidental se acabaría la crisis. Y, con la inocencia de quien desconoce con quién se juega los cuartos, Pedro Sánchez remitió una carta a Mohamed VI que Marruecos se aprestó a filtrar y publificar como si de un trofeo de caza se tratase.

La misiva pretendía, desde el ámbito restringido, "construir una nueva relación" entre España y Marruecos "basada en la transparencia y la comunicación permanente, el respeto mutuo y el respeto a los acuerdos firmados por ambas partes y la abstención de toda acción unilateral" (sic). Y en esta "nueva relación", Sánchez se mojaba sin tapujos. Recuperaba la literalidad del tuit publicado por Trump para apoyar la reivindicación marroquí frente al Sahara occidental. "España considera que la propuesta marroquí de autonomía presentada en 2007 como la base más seria, creíble y realista para la resolución de este diferendo". El Gobierno español, sin tan siquiera escuchar al Frente Polisario, sin tener en cuenta la libre voluntad del pueblo saharaui se posicionaba del lado de Marruecos en un contencioso colonial de más de 43 años de conflicto.

Pedro Sánchez, de forma unilateral, echó por tierra todas las resoluciones internacionales sobre el contencioso colonial y la ocupación militar del Sahara occidental por Marruecos, en la convicción que su giro garantizaría "la estabilidad e integridad territorial de nuestros dos países". Patada en el culo al pueblo saharaui para detener la amenaza del "flujo migratorio" y cualquier intención anexionista sobre Ceuta y Melilla. Confianza en una "nueva relación" con un gobierno que impulsa la colonización de los territorios ocupados. Que impide la visita parlamentaria de representantes occidentales en la zona ocupada. Nuevas relaciones con un gobierno que mantiene la represión, la tortura, la persecución y la aniquilación de todo un pueblo condenado a vivir en el ostracismo o en la clandestinidad de su pueblo-territorio, usurpado tras cuarenta y tres años de ocupación e invasión.

La renuncia al cumplimiento de las resoluciones internacionales en el conflicto del Sahara occidental, el abandono al pueblo saharaui, el alineamiento del Gobierno español con la autocracia marroquí y el desprecio -una vez más- al control parlamentario, ha convertido este lamentable episodio en una grave quiebra de confianza. Sánchez sigue estirando la cuerda de la estabilidad al no acudir al Parlamento para hablar de su cambio con el Sahara hasta dos semanas después de su anuncio y en una única sesión en la que, oportunamente, presentará también la información de la última cumbre europea así como las medidas exprés (tampoco consultadas a los socios que le dan la estabilidad) de cara a hacer frente la crisis energética y de precios que nos asola. Es decir, ni debate, ni información, ni contraste. De mal en peor. * Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV