No acabo de ver en qué va a ayudar a la justa causa de la independencia de Ucrania el hecho de que no se represente a Tchaikovsky en ningún teatro europeo, como ha decidido hacer la Filarmónica de Cardiff. Sé que me argumentarán que muchas iniciativas culturales rusas son financiadas con dinero de su gobierno y buscan una visibilidad amable -y no pocas veces manipulada- de nuestra percepción de "lo ruso". Vale, pero no puedo evitar pensar que es una sandez proscribir la cultura y que deberíamos obligarnos a ser un poco más sustanciales y diferenciar que es un ruso y no "lo ruso" el principal enemigo de las libertades en Europa ahora mismo.

Entre nuestras incongruencias viscerales -y yo no tengo pocas- a flor de piel a raíz de la invasión de Ucrania, está también el anatema de la OTAN. Esa que todos votamos en contra aunque no había sido la que mandó tanques a Hungría ni a Checoslovaquia. Nos da por ser muy comprensivos con la necesidad de Moscú de tener lejos de sus fronteras esa organización militar defensiva pero no por plantearnos que los antiguos países del bloque soviético quisieran tener a Rusia lejos de las suyas.

Así, es una provocación que Letonia, Polonia o Ucrania sean o quieran ser miembros de la alianza militar occidental porque eso la sitúa en las fronteras de Rusia. Pero les pediríamos a esos mismos países que soporten en soledad la actitud expansionista del mayor poder militar europeo inermes y sin aliados. No tiene el mismo pedigrí renegar de la OTAN que renegar de Tchaikovsky, claro. A mí me gustaría que Europa fuera independiente de EE.UU. en su defensa pero no que renuncie a tenerla. Defensa, digo. Y que Tchaikovsky hubiera sido ecologista pero no le reprocho que el cisne muera al final.