ADA día que se siembran tiroteos, bombardeos, extorsiones, expulsiones o cualquier otro método de guerra en el campo de batalla es un día de cosecha de infinidad de desgracias regadas de sangre. Lo estamos viendo ahora, cuando la invasión de Ucrania por parte de Rusia deja, a su paso un reguero de desdichas. Eso es lo evidente, lo que salta a la vista, con muchas personas huyendo del Mal y otras tantas plantándole cara. Hablan aquí, entre nosotros, en el balcón de DEIA, seis mujeres migrantes que partieron en pos de la tranquilidad. Lo hace a cara descubierta. Quizás no hubiesen podido hacerlo allá donde vivían. Sólo por eso merece la pena escucharlas.

En su discurso de agradecimiento el día en que recibió el premio Nobel de la Paz, a Barack Obama, presidente de Estados Unidos, no se le ocurrió otra cosa que rendir homenaje a la guerra: la guerra justa y necesaria contra el Mal, dijo. Cuatro siglos y medio antes, cuando el Premio Nobel no existía y el Mal no residía en las tierras que contenían petróleo sino en las que prometían oro y plata, el jurista español Juan Ginés de Sepúlveda también había defendido la guerra justa y necesaria contra el Mal. Al parecer quienes cuentan la Historia nos aseguran que hay guerras justas. Basta con preguntar a un representante de cada una de las dos partes en litigio sobre de qué parte está la justicia para darse cuenta de que no tiene una propiedad fija. Cada cual cree poseerla, prueba inequívoca de que no hay guerra justa sobre la faz de la tierra.

"En verdad es justo y necesario", también reza una oración cristiana en el prefacio de una misa. Son frases que se pronuncian en la batalla interior de cada cual a la hora de decantarse por alguna religión de las existentes o por ninguna de ellas. Lo que suena extraño, oyendo a estas seis mujeres, es aplicar esta frase a una guerra.