L uso del diminutivo en ningún caso pretende infravalorar la dimensión deportiva de la cita de esta noche.dimensión deportiva de la cita de esta noche Muy al contrario, referirse a la vuelta de la semifinal entre el Valencia y el Athletic y porque no cabe negar la existencia de un presagio muy extendido que anuncia una batalla encarnizada, no apta para pusilánimes, contraindicada para los aficionados débiles de corazón. Y nada de esto, en principio, debería sonar extraño por cuanto hay en juego un billete para una final y se enfrentan dos equipos abocados a buscar la victoria. No existe margen para la especulación, el que haga un gol más pasa.

Partidito es un término adecuado porque además de lo expuesto, que es consustancial a toda eliminatoria, se prevé o al menos hay que contemplar que el pulso esté aderezado por una serie de factores que ya marcaron el encuentro de ida celebrado en San Mamés, en su desarrollo y en su desenlace. De ahí que nada de lo que pueda suceder en Mestalla, por muy feo o desagradable que resulte, conseguirá pillar desprevenido al personal. En realidad, el aficionado está advertido, quien más quien menos espera que salten chispas, que se asista a otra generosa ración de sucesos, incidentes y accidentes que deriven en un espectáculo en la línea de lo visto veinte días atrás en Bilbao.

Entonces, pese a que el marcador reflejó un empate a uno, hay que reconocer que acabó prevaleciendo la concepción futbolística asociada a la figura del entrenador del Valencia, consumado especialista en llevar el ascua a su sardina. Se escuchan barbaridades de José Bordalás, pero sin entrar a valorar se personalidad y su catecismo, a día de hoy este hombre está considerado como una especie de enemigo público. Un tipo de cuidado que sin embargo no deja de reivindicar las bondades de su obra. No es algo nuevo, pues lo hizo con idéntico ahínco durante su dilatada etapa en el Getafe. Ante las frecuentes críticas de que era objeto, Bordalás se revolvía apelando a los resultados, postura que sin duda legitimaba su método.

Que su actual equipo se distinga, por exceso, en el apartado de amonestaciones o que sus partidos arrojen el récord negativo de minutos de juego real, es impepinable. Son datos objetivos. Pero sería ridículo negar que el repertorio futbolístico del Valencia es merecedor de una consideración. A Bordalás no le preocupa lo que la gente piense de su persona, no invierte demasiado esfuerzo en parecer agradable en la distancia corta. Le cuesta echar el freno si se siente acosado, algo que le sucede a menudo. Pero ello no quita para que sepa de qué va su trabajo, de otro modo no hubiese aceptado el puesto que hoy ostenta. Para coger las riendas del Valencia cuando él lo hizo, se necesita una gran seguridad en uno mismo.

El Athletichasta convertirla en un grupo muy competitivo. Pero el detalle tampoco ha pasado inadvertido para una afición que nunca se ha distinguido por el trato amable hacia los suyos. Hace solo unos días no dejó de empujar a su equipo hasta el último suspiro pese a que el Barcelona, al que no traga, vencía por un margen holgado. Ese apoyo no era sino el reconocimiento a la actitud y la generosidad de unos futbolistas que han interiorizado el ideal de su entrenador: vaciarse, perseverar aunque no haya nada que rascar.

Por supuesto que esa forma de afrontar cada compromiso se fundamenta en una agresividad o aspereza singularmente incómoda para el adversario. Y aquí es donde surge la polémica, pues se reclama al árbitro de turno que sitúe en el sitio que corresponde el listón del reglamento a fin de que el juego fluya y el estilo intimidatorio del Valencia no obtenga ventaja. Básicamente, este es el tema que infunde temor de cara al asalto de esta noche. Pues, como en la ida, cabe que el Athletic