A dura realidad es que ningún país ha acudido en ayuda de Ucrania frente a la agresión rusa. De ello se ha quejado en voz alta el presidente de ese país, Zelenski, y también, con amargura, los ciudadanos ucranianos que han ofrecido su testimonio en los medios. Se sabía que no habría respuesta militar de Occidente, lo que sin duda influyó en la decisión de Putin de invadir.

Esta falta de acción decisiva no es de ahora. Tras la anexión de Crimea en 2014, Putin pudo ver que las amenazas occidentales se quedaban en nada. Y algo parecido ocurrió en el conflicto sirio. Obama amenazó con consecuencias graves a El Assad si utilizaba armamento químico, pero no hizo nada cuando lo utilizó. Putin tomó nota. Xi Jinping seguramente también.

A tenor de los hechos, la percepción rusa es que Occidente es un adversario muy manejable. Y a medida que Rusia consiga sus objetivos militares en Ucrania, el discurso del Kremlin muy probablemente se endurecerá. Ya está ocurriendo. Rusia ha amenazado con graves consecuencias a Suecia y Finlandia si deciden unirse a la OTAN.

Charles Tilly, uno de mis profesores de doctorado en la New School for Social Research de Nueva York, nos decía, hace ya 30 años, que la Ciencia Social, sin la Historia, "es como un escenario de Hollywood en el que no hay nada detrás".

Este argumento en favor de la causalidad histórica venía avalado por la brillante trayectoria de Tilly como prolífico y exitoso investigador y autor de numerosos libros y artículos que han influido poderosamente en cómo entendemos el pasado, el presente a partir del pasado y la condición humana.

Si aplicamos la idea de Tilly a lo que está ocurriendo en Ucrania, hemos de recordar al lector tres procesos, tectónicos e interrelacionados, que contribuyen a explicar esa actualidad dramática: (1) el declive relativo de Occidente, (2) la traslación del centro de gravedad de la economía mundial de Occidente a Asia y (3) la crisis de las democracias.

Sin el concurso de estos factores es muy probable que el ataque y la ocupación rusa de Ucrania no se hubieran producido. Los tres son indicadores muy claros de debilidad occidental de la que se aprovechan, y se aprovecharán, los adversarios.

- Que los sistemas democráticos están en crisis es algo comunmente aceptado. Además del efecto corrosivo del neoliberalismo, hoy los fundamentos mismos del sistema democrático liberal se ven amenazados por el ascenso de los populismos, los riesgos de ser gobernados por criterios algorítmicos decididos por élites no sujetas a controles democráticos, los flujos informativos carentes de calidad y las fake news, la polarización, el extremismo y el tribalismo, extendidos como actitudes políticas y societarias demasiado frecuentes.

Nos acecha también una erosión gradual, casi imperceptible, de las instituciones y normas democráticas, la subversión legal de la democracia por medio del uso de mecanismos que existen en regímenes con credenciales democráticas para la erosión de la propia democracia.

Internet, en una era con acceso amplio a la tecnología y unos relativamente altos niveles educativos en grandes segmentos de la población, fomenta tanto actitudes narcisistas como un equivocado sentido del igualitarismo intelectual, y ambos socavan gravemente las democracias como sistemas informacionales. Los errores cognitivos, por ejemplo los sesgos de confirmación (que Daniel Kahneman identificó en varias obras célebres), empeoran la situación y fomentan el tribalismo y la polarización.

El "capitalismo de la vigilancia", regido por las grandes compañías tecnológicas, es la contraparte occidental del totalitario sistema de "crédito social" impuesto en China por el Partido Comunista. En el capitalismo tecnológico de la vigilancia, la arquitectura del poder está transformándose rapidamente por medio de gigantescas concentraciones de información y conocimiento no sometidas a control democrático alguno.

Amenazan también a las democracias el constante ascenso de la dictadura China, el declive relativo de Estados Unidos, la crisis institucional y de identidad de la Unión Europea o la actitud agresiva y las maquinaciones de los dirigentes rusos contra los valores y prácticas occidentales, ahora convertidas en la invasión de un país vecino.

- Además, desde hace algunas décadas vivimos un proceso de traslación tectónica del centro de gravedad de la economía mundial de Occidente a Asia. Immanuel Wallerstein y Andre Gunder Frank observaron esta tendencia hace al menos veinte años. El libro de Frank sobre la economía global en la era asiática (Re-ORIENT) es de 1998.

China, además de inequívocas ambiciones globales, cuenta con un sistema político autoritario que le permite imponer un desarrollismo a gran escala sin oposición, aunque necesita a Estados Unidos para seguir creciendo. Los norteamericanos están tratando de aprender a acomodar el ascenso chino, y Europa trata también de jugar un papel significativo mientras lucha por reducir su división interna y superar su transición al multiculturalismo.

Esta pérdida relativa de poder económico de Europa y Estados Unidos ocasiona problemas en la estabilidad de las democracias occidentales propios de las situaciones de declive relativo. Hay además un problema político añadido, puesto que el ascenso de China representa la consolidación de una superpotencia totalitaria ajena a los valores democráticos y en confrontación directa con ellos. El gran politólogo de Stanford Larry Diamond explora este asunto en su libro Ill Winds (2020).

Es obvio que podemos debatir acerca del peso relativo del neoliberalismo, por un lado, y de la cambiante geoeconomía global, por otro, en la crisis de las democracias occidentales. No es posible excluir de la explicación ninguno de esos dos grandes factores que, junto con los factores institucionales y normativos, nos procuran una suerte de tríada causal para entender la situación actual.

- El debate sobre el declive estadounidense no es nuevo. Ya se produjo en la época del Sputnik, cuando Estados Unidos competía con la antigua Unión Soviética, y más recientemente en los años ochenta del pasado siglo, cuando el poderío japonés pareció amenazar la hegemonía estadounidense. Hoy, sin embargo, ese debate incluye nuevos elementos y rivales en alza.

La percepción de Biden es que Xi Jinping está apostando a que la democracia no puede seguirle el ritmo a China. En su discurso en la sesión conjunta del Congreso el miércoles 28 de abril de 2021, Biden fue muy claro: "Tenemos que demostrar que nuestro gobierno todavía funciona y podemos cumplir con nuestra gente. En nuestros primeros 100 días, hemos actuado para restaurar la fe de la gente en la democracia".

Con el riesgo del trumpismo todavía presente, el debilitamiento de las democracias en todo el mundo y el creciente poder de una China totalitaria, Biden está tratando de demostrar a los estadounidenses que el gobierno democrático es la solución y no el problema. "Predigo que tus hijos o nietos van a estar haciendo su tesis doctoral sobre el tema de quién triunfó: ¿autocracia o democracia?", dijo Biden en una conferencia de prensa en marzo de 2021. "Porque eso es lo que está en juego".

La guerra en Ucrania confirma y complica el escenario aún más. La invasión rusa indica que Occidente no solo se enfrenta a retos de competitividad económica y de valores con China. Rusia ha decidido ir a la guerra en una situación de debilidad relativa de Occidente. Y ello augura que los retos a los que se enfrentan las democracias occidentales en un futuro cercano serán, con toda probabilidad, de una magnitud desconocida desde la Segunda Guerra Mundial. * Autor del libro 'Megaprojects in the World Economy. Complexity, Disruption and Sustainable Development' (de próxima publicación por Columbia University Press, New York)