EBERÍAN apresurarse PSOE y Podemos a despejar los restos del naufragio en el Congreso para evitar que alguno les mande al fondo. Es cierto que la reforma laboral inamovible sigue a flote, pero no lo es menos que el barco que les mantenía a secos en el Gobierno está haciendo agua. Si quieren reflotarlo, deberían buscar cabos a los que agarrarse con los socios que les ayudaron en la botadura porque, a la vista está, no hay otros.
El papelón del jueves es múltiple y salpica a varias casas. A la de UPN, que larva una trama de vendetta interna cuyo alcance estará por ver, se suma la del propio Partido Socialista, que se agarró a los regionalistas navarros, les aprobaron los números del Ayuntamiento de Iruñea y acabaron pataleando una reprobación estéril cuando les incumplieron el pacto. El flirteo les ha dejado de pagafantas y sospechosos como aliados de lo sustancial, que es la permanencia del cambio en o.
Pero, lejos de tomar conciencia de que lo mejor que pueden hacer es alejarse del escombro flotante, el PSE debe pensar que en la reforma que quisieron sujetar con la derecha navarra y los ultraliberales de Ciudadanos tiene una palanca para proyectar su perfil progresista. Eneko Andueza se lanza a esa piscina en la que los maderos flotantes amenazan con dejarle alguna cicatriz y, pensando quizá en que el año que viene -¡hasta el año que viene, por Dios!- hay elecciones municipales, hace campaña contra el PNV por no renunciar a la prevalencia de los convenios vascos. Que, como argumento para convertir en votantes a los trabajadores vascos, va a requerir que lo trabaje un poco más. O dejar que se disipe su tormenta en el vaso de agua, no sea que todo el mundo se acuerde en el momento más inoportuno del silencio estruendoso de las sucursales vascas de los partidos del Gobierno español y el mero seguidismo que les ha atenazado.