A la cama sin cenar
AS conclusiones de las últimas encuestas (lamento no ser más preciso: a la altura que ustedes lean este vistazo sobre la realidad ya no serán las últimas porque llueven sondeos como si fuera una plaga bíblica sin solución de continuidad...) es bien clara: tenemos que irnos a la cama sin cenar. ¿No me creen, piensan que soy un exagerado? Baste decirles que el 72% de los entrevistados piensa que no nos hemos portado bien durante la pandemia, como si cambiar los hábitos de toda una vida fuese una cuestión fácil. La pregunta debiera haber sido otra. ¿Qué supone portarse bien durante una pandemia única entre varias generaciones? ¿Sabe cómo se hace? Pero mucho me temo que ni siquiera los entrevistadores sabían cuál era la respuesta correcta, cuál la casilla de salida. Lo que ha buscado la inmensa mayoría de la sociedad era justo eso: una salida a una situación que nos pilló a todos con el pie cambiado, el gol de Berenguer en el último minuto frente al Real Madrid en San Mamés por decirlo al compás de las conversaciones más en boga en el día de ayer. No quiero, con esto, decirles que hayamos sido niños buenos ni ejemplares. Lo que digo es que no está nada claro cuál hubiese sido la actitud más adecuada, más allá del enclaustramiento y la paciencia del santo Job. Rendirse, de vez en cuando, a las fatigas de llevar esta cruz a hombros día tras día, minuto a minuto, ha sido una consecuencia humana. El uso de las estadísticas de las encuestas también es complejo. Hay gente que maneja estos números fríos como un borracho utiliza las farolas: para el apoyo en lugar de para la iluminación. Otros piensan que les dan la razón a algo ya decidido de antemano y un tercer grupo que no sirven pa ná cuando no están inventadas. Difícil lectura.