N cualquier época y lugar, pero sobre todo con una crisis pandémica aun no superada, que ha supuesto penurias innumerables y que como en todos los cataclismos ha agrandado las diferencias, es muy importante tener un sustento, un salario, unos ingresos para poder sobrevivir. En este sentido podríamos hablar de empleabilidad, palabra fetiche y muy utilizada últimamente, que viene a significar la capacidad de adaptar nuestros estudios y competencias a la demanda laboral a efectos de encontrar o mantener un empleo.

Por una parte, organizaciones empresariales, formaciones profesionales, empresarios destacados, desde luego con la mejor de las intenciones, sostienen el argumento de que no consiguen cubrir sus necesidades en puestos de trabajo ya que las personas se empeñan -ya son cazurras, ellas- en prepararse en lo que les gusta, más que en lo que demanda en este momento el mercado, es decir, cuestiones relacionadas con conocimientos técnicos preferentemente.

Por otra parte, organizaciones femeninas, formaciones feministas, mujeres prominentes en el mundo profesional, desde luego con la mejor de las intenciones, sostienen el argumento de que parte de las desigualdades laborales consideradas de género se deben a que la mujer se encuentra más orientada a actividades menos relacionadas con la ciencia y la técnica y más con los servicios y las personas.

Además, nuestros jóvenes, en general, y desde luego con la mejor de las intenciones, prefieren trabajar de funcionarios, ya que, no abundando vocaciones empresariales ni de emprendedores, buscan estabilidad profesional.

También oímos continuamente a políticos de toda condición, abogar por las STEM (en inglés, como si las palabras solo existieran en ese idioma) es decir, por la ciencia, la tecnología, la ingeniería, las matemáticas y nos dicen, desde luego con la mejor de las intenciones, que son el presente y el futuro inmediato, y por ello relegan o hasta ignoran a conocimientos de tipo humanístico, es decir, a la filosofía, la historia, la sociología, la ética...

Para complicar un poco más el panorama y ante los crecientes avances tecnológicos, cada vez más rápidos e incluso disruptivos, hay estudios que sostienen que la mayor parte de los puestos de trabajo que hoy en día conocemos y que ocupan personas, desaparecerán o serán ocupados por robots, algoritmos...

Es una opinión personal que la vida no debe tener como único objetivo sobrevivir.

Desde luego conviene hacerlo (entiéndame la ironía), pero garantizadas las condiciones básicas hay que pensar (la famosa pirámide de Maslow ya nos lo anticipaba) en cuestiones de más calado, que nos den sentido a la existencia. Dicho de otra manera, sobrevivir es condición necesaria pero no suficiente para vivir, al menos con cierto sentido.

Creo que son absolutamente necesarios los conocimientos técnicos o científicos para subsistir, es decir, para poder tener empleabilidad, un puesto de trabajo que garantice el sustento y que nos posibilite la capacidad de poder irnos adaptando, con un aprendizaje y adaptación continua, a un mercado cambiante. Y esto incluso aunque existiese una renta básica universal que garantizase la subsistencia sin trabajar. Ahora bien, tenemos que ser capaces de dedicarnos a lo que nos guste, a lo que sea nuestra vocación, en lo que nos podamos sentir realizados buscando lógicamente que esto tenga una contraprestación económica digna. Puede ser un error orientarnos exclusivamente a lo que nos indiquen que demanda el mercado (hoy es una cosa y mañana será otra) o a lo que mejor se retribuye (es cambiante también).

Pero, además, lo que es absolutamente inexcusable, es el no perseverar en la adquisición de cultura en el sentido más amplio del término. No algo ligado a una actividad o profesión concreta sino a un afán de curiosidad, que nos posibilite vislumbrar el bosque por encima de los árboles, que nos alimente el alma, que nos ayude a guiar nuestro propio destino. Que, en tiempos complejos de redes sociales, populismos y metaversos seamos capaces de mantener un pensamiento crítico y un criterio propio. Es absolutamente necesario para vivir y, sobre todo, para poder dotar de sentido a la existencia, para como diría Montaigne saber para que vivir. * Economista