E niña esperaba con ilusión el momento del cuento que nos contaba aita o ama antes de dormir, después de que hubieran conseguido meternos en la cama tras aquellos dibujos animados de la familia Telerín (vamos a la cama... Sí, ya sé que soy muy mayor). Aquellos érase una vez con los que comenzaban los relatos dibujaban tantos caminos posibles como la imaginación que le echaban para aplacar a cuatro fieras a la hora de dormir. Quedaron atrás los animales parlantes o las princesas tontonas que siempre esperaban que la solución viniera de fuera. Pero vinieron otros que los superan con creces en la realidad que nos toca.
El 12 de octubre es uno de esos momentos en los que se me despierta aquella misma expectación: se convertirá el príncipe en sapo -o la princesa, lo digo por lo de la corrección política en estos tiempos de igualdad, al menos teórica-, el rey hará el ridículo desnudo aunque nadie se lo diga por el peloteo de quienes quieren seguir viviendo de la cosa pública, la engreída y petulante reina seguirá con su afectada pose de importante... Los mismos cuentos.
Los y las protagonistas se superan año tras año ofreciéndonos imágenes bastante irrisorias que dan la medida de su patria. La puesta en escena no puede ser más retro: celebran su día con una inexplicable, y demodé, ostentación militar en la que subyace la amenaza. Sin embargo, tan prepotente actuación se degrada irrisoriamente por meteduras de pata de comedia (o tragicomedia). Un año el paracaidista profesional se les queda enganchado en la farola dando un espectáculo de vergüenza ajena o en otro le pillan al presidente Rajoy quejándose del horror del desfile al que debía asistir. Aunque en 2021 se han superado al dibujar los aviones del ejército los colores de la bandera de la Segunda República española en el cielo, mientras, su rey saludaba militarmente. ¿Va a hacerse republicano el hijo del emérito fugado? ¿Será a partir de ahora el ciudadano Borbón, como aquel Luis XVI que guillotinaron?
Tuvimos fiesta el martes, por la gracia de un Estado irrespetuoso e implacable con quienes no se identifican con la rojigualda. Día de la raza, día de la hispanidad, fiesta nacional de España...Distintas maneras de encubrir paternalismo para con las tierras conquistadas de las Américas -a pesar de que su imperio era un desastre económico y organizativo ya cuando en él no se ponía el sol- o para seguir manteniendo hoy su convicción imperialista. No había nada que celebrar, ningún 12 de octubre hay algo que celebrar.
Lo malo es que no se quedan en los símbolos, lo grave es que mantienen esquemas mentales y políticos de dominación y expolio, a la par que camuflan sus verdaderas intenciones con discursos llenos de palabras tan grandilocuentes como democracia, solidaridad o convivencia. Les gusta mucho en Madrid.
Precisamente en un momento en el que andamos a vueltas con los 10 años sin ETA. Resulta imposible aceptar la demonización que ha soportado la mayoría vasca simplemente por ser nacionalista vasca. Nuestro hoy podría convertirse en un momento interesante si sirviera para un reconocimiento expreso de todas las violencias sufridas por el pueblo vasco, simplemente por querer ejercer como sujeto político que es. Y se encarara, de una vez, el conflicto político vasco -bastante anterior a ETA, por cierto-.
No vale poner solamente el acento en el daño generado por aquella organización armada, no habrá justicia si no se nos resarce del sufrimiento producido por quienes se auto-amnistiaron en 1977 de lo hecho antes y después del nacimiento de aquella, no servirá de nada si gente como la del GAL o cuerpos policiales (por decir algo) siguen sin pagarlo y el Estado, principal responsable de todo ello, no pide perdón. Intentan inocularnos una visión tramposa y reducionista de nuestra historia más reciente: por lo visto, una violencia estuvo mal, las otras no.