A mía fue una generación maleducada televisivamente en tradiciones no explicadas como el concierto de Año Nuevo, los saltos desde Garmisch y el desfile de “la hispanidad”. En nuestra infantil inocencia veíamos con igual fascinación las palmas de la Marcha Radetzki, el vuelo de los esquiadores o la cabra de la legión. Luego te preguntas si en un estado democrático lo lógico no sería que desfilaran los poderes públicos: jueces, diputados o alcaldes, por poner el caso. Pero un vistazo a la Plaza de Colón de vez en cuando te lo explica y te pones a temblar. Y no es por fervor.