REO que mis continuas interpelaciones han sido un ejercicio excesivo de egolatría, claro que la egolatría es una hipérbole en sí misma. Quisiera pedirte perdón antes de que te apresures a ignorarme que es lo que mejor podrías hacer dadas las circunstancias. Mi estado de postración es algo irremediable y justo esta situación de índole estanca es la que te permite marchar de este lugar sin mirar atrás. Mala cosa eso de mirar atrás de cualquier modo que uno se lo plantee. El pasado invade el acto presente y no hay nada que hacer. Aprovecha que mi invalidez no puede darte alcance aunque debiera decirte de una vez por todas que yo, dadas las circunstancias, no movería un dedo para darte alcance.

Vete, Renata, este no es lugar para una mujer que todavía es hermosa aunque yo me haya llevado tu flor de lozanía y tú me la hayas entregado sin saber que soy tan poca cosa. Todos somos poca cosa, dicho así desde un acto de humildad que me honra aunque sea demasiado tarde pero, si yo he sido algo, puedo decirte que he sido lo que sigo siendo, un tipo enfermizo que no te merece.

Mira, abre las cortinas por última vez y afloja un poco la espita del suero, creo que se ha estancado. Aunque apenas puedo incorporarme si me pones una almohada detrás del cogote, podré ver las trazas de nubes rojas muriendo en la última raya que es azul porque el azul serena mi azogue y es el color que aún persiste en mi cabeza, que es una cabeza licuándose. Qué ocurrirá cuando esta cabeza sea solo un líquido viscoso, un obstinado residuo dentro de otro residuo. Qué ocurrirá. Esto es algo que si dijera la verdad diría que no me concierne, que ya no me concierne, pero los restos devienen de un todo y ese todo todavía me inquieta. Vaya galimatías, mi querida. Aprovecha este momento de turbulencia y vete con una flor en la mano y aquel sombrero inglés que te compré en Camdem Town en la lluvia de abril cuando tocábamos la felicidad con las manos después de unas pintas en el Bolton's oyendo la garganta rota de una negra inmensa. No te preocupes, mis despojos tienen enjundia propia, no van a echarte de menos. Si acaso tu mano en mi frente, pero pronto no sentiré ni tus manos ni mi frente.

Nunca has hablado mucho, yo he sido la voz de los dos pero tú has acariciado y ese calor no va a abandonarme. No todavía. Fíjate que voy a prescindir de la morfina que es tanto como prescindir de los sueños o al menos de su efecto de subterfugio aunque no siempre sea así, aunque a veces los sueños sean ese extraño superlativo de una realidad mediocre. Enfrentarse al dolor es siempre un acto irremediable y prefiero este dolor a la compasión o a la falsa piedad en un mundo en el que se ha eliminado la piedad, sencillamente como se ha eliminado todo lo demás, porque no es rentable.

No es rentable la piedad ni ninguno de los ingenios del alma, caso de que existiera en el marasmo de la emoción algo que fuera medible porque, si lo fuera, inmediatamente sería pasto de la especulación y de la venta que es su resultado más palpable.

Te decía que tú, mi querida, siempre has hablado poco, seguramente porque la verdad no necesita muchas voces, ¿no es así? Con una bien medida es más que suficiente, incluso demasiado si el público escucha con un poco de atención. A quién le importa la verdad... seguramente tú sabías de esta falla endogámica signifique esto lo que signifique y por esta razón tu verdad que no ha sido nunca la mía, la has prodigado solo en contadas ocasiones.

Se pueden contar con los dedos de una mano aunque bien pensado quizá a estas alturas las manos prescindan ya de los dedos como hemos prescindido de nuestra cabeza que a saber en qué se ha convertido. He sido un tipo asido a una cierta facundia que tú has soportado con un estoicismo exento, quiero decir que no estaba imbuido de esa pacata premeditación que invalida lo genuino de cualquier acto y a lo sumo lo transforma en bondad, aunque se haya eliminado también la bondad y no se encuentre rastro de ella.

Ya puedes cerrar la ventana, el horizonte huidizo tras la montaña, el azul cobalto y el temblor de aquellos pequeños arbustos han bastado. Sí. Han bastado para sentirme mejor. No es poca cosa sentirse mejor. La bolsa de suero es solo un testigo mudo aunque muy activo. Qué sería de mí sin la bolsa de suero y qué sería de mí si nunca enfermara.

Imagina, Renata, a un tipo que no enfermara. Nunca. Aunque tuviera a su lado a la más guapa enfermera todo sería el terror del terror, el horror del horror e iba elevar miles de plegarias para que la enfermedad llegara aunque no supiera una palabra de plegarias y aunque no supiera a quién dirigir esas plegarias.

Sí, voy a prescindir de la morfina y voy a prescindir de ti, mi querida, porque has hecho cuanto podías y cuanto querías y es hora de dormir. Es todo cuanto quiero, dormir.

Vas a tener que despedir a nuestra guapa enfermera. Hazlo con delicadeza, no quisiera herir sus sentimientos. Las guapas enfermeras tienen sentimientos y no es cosa baladí.

Recuerda la casita de la playa, allí vas a estar bien, el mar besándote los pies y esa inmensidad de soles rojos naciendo y muriendo en el agua quebrada. Adiós, mi querida, lleva una flor en la solapa. Es cuanto puedes hacer por mí.

* Escritor