ÚN pensábamos que el fútbol era un deporte aunque intuyéramos que era algo más. La emocionalidad, la adhesión inquebrantable, incluso los odios irracionales se daban cita en algo que aún queríamos dotar de un halo de ejemplaridad; de deportividad. Héroes y villanos, alegrías desbordadas y tristezas inconsolables, lealtad, traición. El fútbol era la vida, o al menos una versión frívola. Ahora topamos con el negocio brutal que hay detrás, que solo sabe de dinero, de oligarquías económicas disputándose a los gladiadores y al público que lo paga. Sí, ahora mismo, es la vida.