Me prometí que pasaría de mí el cáliz de la televisión abanderada de las mujeres maltratadas desde hace apenas diez días. Pero a la segunda entrega dominical del calvario grabado previo pago de Rocío Carrasco, de oficio hija de la simpar Jurado, no he podido más. Vaya por delante que a la desgraciada Rociíto le asiste su derecho a contar lo que le venga en gana de su propia vida y cobrando, incluso a costa de comprometer la intimidad de sus hijos, más después de 25 años soportando el acoso público de su exmarido y sus palmeros. Aunque resulta una paradoja terrible que tan cruda confesión por capítulos -al extremo del descarnado relato de un intento de suicidio con sus secuelas de orden psiquiátrico- se emita en el canal que se ha erigido en un tribunal popular contra la protagonista del serial como altavoz casi diario del antaño padre ejemplar y ahora presentado como torturador psicológico y físico. Colaborador fijo y concursante ocasional por cierto justo hasta este cambio de cromos, pues el exguardia civil acaba de quedar vetado bajo la presunción de culpabilidad y en su ausencia van renegando de él uno tras otro los compañeros de plató que durante lustros le rieron las gracias del peor gusto. Así funciona la televisión caníbal, en tanto que se alimenta de los personajes que engendra ante la aversión a comparecer en ella de las personalidades dignas de fama, cuya popularidad obedece al talento sustentado en el esfuerzo y no a sus demonios personales. Lo penúltimo en la impúdica batalla por la audiencia es la instrumentalización del maltrato machista con horas de programación fisgando en el pasado de los actores de esta truculenta historia y de sus allegados, con reportajes autodenominados de investigación consagrados a la caza de testimonios mejor cuanto más escabrosos, y estirando el chicle con la participación de la actual pareja del verdugo en el próximo reality. Lamentablemente, a esta colosal impostura han contribuido como opinadores de ocasión referentes políticos incluida la mismísima ministra de Igualdad, guiados por la noble causa de las víctimas de la misoginia atroz aunque en refuerzo de una cadena televisiva multirreincidente en la más flagrante cosificación de la mujer, la base de la discriminación por razón de sexo. El show continuará, porque la casquería siempre renta, pero vaya espectáculo. De cinismo.