S precisamente en los momentos críticos cuando se pone de manifiesto el valor de las cosas que damos por supuestas, pero no lo son. Las múltiples facetas de esta crisis, por momentos sanitaria, pero crecientemente económica y social, revelan claramente la necesidad de disponer de organizaciones y personas competentes, responsables y con capacidad de innovación en nuestro territorio. Obviamente en el ámbito sanitario, pero no solo. La relevancia de los agentes que generan productos y ofrecen servicios, es decir, de empresas que, con el esfuerzo e implicación de las personas que las componen, se reinventan constantemente para ser sostenibles en este contexto de alta incertidumbre, son garantía de futuro para nuestro territorio.

Las empresas de hoy son el resultado de la iniciativa y voluntad de personas que, arriesgando tiempo y dinero, se lanzan tras una oportunidad. El trabajo, la perseverancia, la pasión, el saber hacer, la inteligencia y la suerte son los ingredientes del cóctel gracias a los que, con el tiempo, esa iniciativa prende y se desarrolle en un territorio. Y esto último no es baladí, necesitamos empresas en nuestro territorio, empresas enraizadas que generen riqueza, creen trabajo, paguen impuestos y sean, en última instancia, la base del bienestar y servicios sociales en una comunidad.

Esta dinámica virtuosa puede promoverse, contagiarse o, por el contrario, denostarse en un territorio y, de esto, sí debemos preocuparnos como sociedad. La generación y desarrollo de iniciativas empresariales sostenibles, que promuevan el talento y a las personas, debe ser reconocida como un bien común de un territorio, no solo desde el ámbito educativo y administraciones, sino también desde el ámbito social y la sociedad civil. Este tipo de iniciativas empresariales son la base de la riqueza y desarrollo social de un territorio.

Esta orientación emprendedora se contagia y transmite muchas veces entre las personas que participan en el proyecto empresarial o, fácilmente, entre los miembros de las familias promotoras de los mismos. Compartir mesa y techo durante años favorece crear un caldo de cultivo emprendedor en el seno de la familia, fortaleciendo a los sucesores para continuar con el proyecto empresarial. No siempre funciona, es verdad, a veces vocaciones distintas emergen; otras veces, los sinsabores, las presiones y los problemas desaniman a los sucesores. Sin embargo, hay sagas de familias empresarias que se han consolidado creando y recreando proyectos que están enraizados en un territorio y que, más allá de intereses económicos a corto plazo, persiguen la sostenibilidad, la innovación y constante reinversión para seguir compitiendo con éxito en el mercado, el mantenimiento del empleo, y, en definitiva, la generación de bienestar en la comunidad.

Ahora bien, como las chispas, que son frágiles y pueden apagarse si no se protegen del viento y no de preparan ramitas secas primero y leños después para que puedan prender, estas iniciativas emprendedoras e inversoras pueden perder su enraizamiento si no encuentran cauce o, al menos, reconocimiento en cada etapa de su desarrollo. Sin reconocer, proteger y colaborar con emprendedores y empresarios, nuestras chispas volarán a otros territorios en los que encuentren mejor acogida. El territorio quedaría entonces desierto de raíces empresariales, a merced de otros, cuyas prioridades y decisiones podrían alejarse del desarrollo de un territorio próspero y sostenible.

La cultura y valores de la sociedad, el ecosistema de relaciones de cooperación, las políticas promotoras de inversión y competitividad son, entre otras, las raíces que vinculan la iniciativa a un territorio. Instituciones y personas trabajamos ya en fomentar propietarios y territorios responsables con el bienestar de la sociedad, pero conseguirlo depende de todos. Solo con la colaboración de todos conseguiremos fomentar iniciativas responsables y enraizadas de quienes han sido y son capaces de ver oportunidades, darles forma y, a pesar del riesgo que conllevan, lanzarse con coraje y responsabilidad tras ellas.

* Cátedra de Empresa Familiar. Deusto Business School-Fundación Antonio Aranzabal-Aefam