OS debates políticos tienen mucho que ver con sus objetivos. En casi un año de covid-19, un repaso de los vividos muestra que no han estado a la altura. El pulso entre el derecho individual a llevar o no mascarilla y la salud colectiva se diluyó por desistimiento de quienes lo sostenían. Casi a la vez, se argumentaba la imperiosa necesidad de parar el país y su economía encerrando a todo el mundo en casa. La ciudadanía no lo apoyó y muchos de nuestros políticos más locuaces cambiaron el discurso para alinearse con los sectores obligados a cerrar y, a la vez, alimentar el victimismo de quienes la lían en la calle por dejar de potear. Tuvimos una ficción sobre las elecciones autonómicas, que no querían celebrar quienes se quedaban sin tiempo en su estrategia de desgaste al Gobierno vasco. De no haberse celebrado en julio no habría habido fecha: debate enterrado. Llegaron las vacunas; había que ponerlas todas y el que no lo hiciera era un torpe. Hasta que se cortó el suministro: otro silencio. Ahora, se cuestiona la capacidad de la consejera de Salud y de su estrategia de vacunación por la mala praxis de un gerente. Este debate tampoco es verdad. Ni la gestión de apenas un 0,5% de las vacunas desacredita un modelo que funciona al 99,5% ni nada de lo filtrado desmiente a la consejera. Una constante: la covid es el instrumento pero nunca el objetivo de todos estos debates.